viernes, octubre 13, 2006

La constelación de Orión

Nada había cambiado, excepto el mundo.

El tren tamborileaba sobre las vías acercando a Manuel a su destino. Escondido tras el muro de sus párpados intentaba recordar una infancia que transcurrió dentro de un impermeable azul entre el viento y la niebla en el lugar al que ahora, cuarenta años después, regresaba.

La máquina serpenteaba por un estrecho desfiladero asomando de vez en cuando sus primeros vagones por la ventana helada que sostenía el hombro de Manuel. Al otro lado del cristal, las gotas de agua resbalaban lentas buscándose unas a otras para fundirse en una precipitada caída. El espacio y el tiempo giraban entre las montañas deshaciendo lentamente el olvido en el que había vivido tantos años.

Adormilado con el traqueteo de la oruga de metal y el ozono de la incesante lluvia del norte, recorría de nuevo en su cabeza las calles de su pueblo. Subía por la alameda del Teniente Andrada hasta la Plaza Porticada, donde el tercero de los arcos anunciaba en luminosas letras blancas el Bar Orión. Allí trascurrió su adolescencia, allí aprendió a reír y a llorar mucho antes de tomar esa estúpida decisión de venir a la capital para estudiar arquitectura, abandonando así todo lo que era su vida; sus amigos, la gestoría de su padre y los labios de Maribel. Decidió cambiar una vida sin problemas por un coche más grande.

Durante esos cuarenta años de ausencia de sí mismo la vida le trató bien. Ahora, cerca ya de la jubilación, era socio de una importante constructora especializada en derribar edificios en ruinas y levantar modernos apartamentos que él diseñaba y la empresa alquilaba.

El silbido agudo e irritante del tren explotaba ahora bajo la lluvia anunciando la parada y despertándole del sueño de vida perdida, dilatando de nuevo el olvido en el espacio y en el tiempo. Recogió los planos que habían caído de su regazo en el entresueño y se levantó entumecido de su asiento.

Manuel llegaba ahora a su pueblo para demoler el Bar Orión; sus amigos perdidos, la gestoría que quebró y los labios de alguien de quien ahora no recordaba bien el nombre.



Un libro para matar recuerdos: El viento en la Luna, de Muñoz Molina

Un disco para matar recuerdos: The river, de Bruce Springsteen
Una película para matar recuerdos: Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore

3 Comments:

Anonymous Anónimo dijo...

No surrender, apunto también este blog. Al igual que algunos de los libros y películas que recomiendas.

octubre 17, 2006 3:04 a. m.  
Blogger NoSurrender dijo...

eh, gracias por la visita y suerte en New York!

octubre 18, 2006 5:55 p. m.  
Blogger Luna dijo...

Me encantó Cinema Paradiso. Y su banda sonora. A pesar de que la vi hace años, cada vez que escucho la melodía la recuerdo.

noviembre 18, 2007 7:40 p. m.  

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