Gusto por la luna llena
En Alemania (cómo no), a finales del XVIII (cómo no), surge como reacción a la ilustración y el neoclasicismo (cómo no) el periodo histórico-literario-artístico-filosófico-ideológico que en los colegios se clasifica en un capítulo que llaman “Romanticismo” y que suele abrirse con una terrible imagen malpeinada de ese tal Gustavo Adolfo Bécquer
En mi libro de texto de bachillerato de literatura se resumía al final del capítulo todo lo que suponía este movimiento artístico-social con un total de seis puntos resumen, precedidos cada uno por una bola enorme, negra y fea. Se trataba de horribles y rápidas conclusiones (aleatorias, incluso a veces) en forma de frase sentenciosa del tipo “exaltación de los sentimientos frente al orden social”.
El día del examen mi compañero de pupitre sólo se pudo acordar de una de ellas: “el gusto por la Luna llena”. El tío esperaba que al haber acertado una de las seis bolas-resumen, el profesor fuese justo y le puntuara esa pregunta con 0.17 puntos (1/6), en lugar de con un cero redondo y contundente.
Supongo que eso es lo que queda en el sistema educativo que tenemos: la pintura de Friedrich, la conciencia de vida de Goethe, el terror de Mary Shelley, el mar de Maturin, los viajes de Byron o los pensamientos de Blake se pueden reducir a eso: gusto por la luna llena. Qué pena. Qué mierda. Qué pérdida de tiempo.
Hacía tiempo que no retomaba el contacto con el romanticismo, pero el otro día me encontré una chica desnuda en mi cama leyendo mi edición bilingüe de poemas de Percy B Shelley. El amarillo de la portada le iba bien con sus preciosos pezones.
Un libro con gusto sobre la Luna llena: Plenilunio, de Muñoz Molina
Una canción con gusto sobre la Luna llena: The killer Moon, de Echo & the Bunnymen
Una película con gusto sobre la Luna llena: El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro
En mi libro de texto de bachillerato de literatura se resumía al final del capítulo todo lo que suponía este movimiento artístico-social con un total de seis puntos resumen, precedidos cada uno por una bola enorme, negra y fea. Se trataba de horribles y rápidas conclusiones (aleatorias, incluso a veces) en forma de frase sentenciosa del tipo “exaltación de los sentimientos frente al orden social”.
El día del examen mi compañero de pupitre sólo se pudo acordar de una de ellas: “el gusto por la Luna llena”. El tío esperaba que al haber acertado una de las seis bolas-resumen, el profesor fuese justo y le puntuara esa pregunta con 0.17 puntos (1/6), en lugar de con un cero redondo y contundente.
Supongo que eso es lo que queda en el sistema educativo que tenemos: la pintura de Friedrich, la conciencia de vida de Goethe, el terror de Mary Shelley, el mar de Maturin, los viajes de Byron o los pensamientos de Blake se pueden reducir a eso: gusto por la luna llena. Qué pena. Qué mierda. Qué pérdida de tiempo.
Hacía tiempo que no retomaba el contacto con el romanticismo, pero el otro día me encontré una chica desnuda en mi cama leyendo mi edición bilingüe de poemas de Percy B Shelley. El amarillo de la portada le iba bien con sus preciosos pezones.
Un libro con gusto sobre la Luna llena: Plenilunio, de Muñoz Molina
Una canción con gusto sobre la Luna llena: The killer Moon, de Echo & the Bunnymen
Una película con gusto sobre la Luna llena: El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro
1 Comments:
Otra luna: Shake the moon, Marlango.
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