domingo, junio 30, 2013

De becas y falacias



Hace años, el filósofo Noam Chomsky reclamaba que las democracias deberían imponer a sus ciudadanos un curso de autodefensa intelectual para evitar la facilidad con que se imponen a veces las manipulaciones de los poderosos para controlar la sociedad. En un mundo en que la prensa profesional (eso que llamaban cuarto poder) está agonizando y morirá en breve como consecuencia del cambio tecnológico, esto se hace aún más necesario. La sociedad de la información ha traído muchas cosas positivas a la sociedad, pero también algunas negativas y entre estas últimas la supresión de lo que antes era información (más o menos manipulada) por los mensajes y las consignas. Si lo pensamos bien, es difícil encontrar una aberración política más delirante que la comunicación por twitter (140 caracteres) de los posicionamientos de los líderes políticos ante los hechos sociales y económicos que nos atenazan.

Una de las últimas falacias que los poderosos están imponiendo en nuestra sociedad es la lisérgica idea de que a los estudiantes becados por el Estado se les puede exigir un comportamiento académico superior a los que no necesitan beca. La idea se expresa de manera muy sencilla: el Estado pasa por dificultades económicas muy graves y no es justo que el escaso dinero de los contribuyentes se destine a estudiantes sin compromiso que no son capaces siquiera de aprobar las asignaturas que entre todos les pagamos, mientras el déficit fiscal hace aumentar el coste de la deuda peligrosamente. Así, según publica hoy el diario ABC, hasta un 83.3% de los españoles ve bien que se exija una nota mínima para obtener una beca. Y en el colmo del delirio, el Ministro de la Cosa llega a llamar “limosnas” al sistema actual de becas que pretende destruir.

Hablamos de educación, en el sentido compartido de que el sistema de educación que hay en un país se estructura con el objetivo de apuntalar el futuro de la sociedad en cuanto a la formación de sus estudiantes como trabajadores y ciudadanos de un estado de derecho.

Bien, desmontemos esta nueva falacia del neoliberalismo. Este argumento viene a decir que las posibilidades de licenciar de los que tendrán que pagar nuestras pensiones en el futuro se establezcan de la siguiente manera: si tu papá tiene dinero te bastará un 5, pero si tu papá no tiene dinero entonces necesitarás un 6.5. Esto es, hay que dar los recursos públicos de la formación universitaria a niños de papá que sacan un 5.0 pero quitárselos a los que saquen un 6.4 si su papá no tiene dinero. Quizás el tertuliano Wert piensa que el factor de productividad de la inversión en formación es mayor para el Estado cuando el papá del niño tiene dinero que cuando el papá del niño no lo tiene en el caso de que su rendimiento académico sea (en el ejemplo que he puesto) un 28% superior.

¿Por qué un estudiante becado tiene que sacar un 6.5 para poder seguir avanzando en sus estudios, y un niño rico sólo necesita un 5? La única manera de admitir que las becas sean para alumnos que saquen al menos un 6.5 con el argumento de que no vale sacar sólo un 5, sería poner el aprobado para todo el mundo en el 6.5.

Parece que el 83.3% de los encuestados por ABC piensan que los hijos de los ricos, por ser hijos de ricos, tienen que tener el privilegio de ser un poco tontos o sólo esforzarse lo que consideren oportuno, y que es de rojos trasnochados (y etarras, incluso) pensar que la valoración de los estudios de los hijos de los menos favorecidos debe ser igual que la valoración de los estudios de los hijos de los ricos. Los pobres, como dijo Andrea Fabra, que se jodan, que ya les han dado demasiada limosna.

Ya se retira el sol y los hombres acechan
sentados a la puerta del bar
Las parejas se van por la carretera
y aquí viene Wert con su extraño andar





Una canción para el señor Wert: Eres tonto Simón, de Radio Futura

Una película para el señor Wert: Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier

Un libro para el señor Wert: Soy Charlotte Simmons, de Tom Wolfe


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domingo, mayo 19, 2013

Bartleby, el señor Jones y el 15M


Bien, ahora ves a un enano de un solo ojo gritando la palabra “AHORA” y dices, “¿Porqué lo hace?” y él dice, “¿Cómo?” y tú dices, “¿Qué significa todo esto?” y él te vuelve a gritar, “Eres una vaca. Dame leche o vete a casa.” Porque algo está ocurriendo aquí, pero no sabes lo que es, ¿no es así, señor Jones? (Ballad of a thin man, Bob Dylan, 1965)


No es cierto que los capitalistas sean gente egoísta, a quienes no importa nada. Un capitalista es alguien que está dispuesto a arruinar su vida y sus bienes con tal de que la producción crezca, el beneficio crezca y el capital circule. Su propia felicidad está absolutamente subordinada a eso, si es que aún tiene un mínimo sitio para él. El buen capitalista puede trabajar 70 horas a la semana, perder a su familia, continuar estresándose después de un infarto con tal de aumentar beneficios, ingresos y capital. No podemos explicar la figura de un apasionado capitalista, obsesionado con expandir la circulación de sus bienes y servicios, asumiendo riesgos vitales, etc. en términos de felicidad personal. Como decía Walter Benjamin, el filósofo de la escuela de Frankfurt, el capitalismo es una forma de religión.

Y aquí el filósofo tiene mucho que decir. Porque la filosofía  no puede proveer respuestas pero puede hacer algo que quizás sea más importante: hacer la pregunta correcta. Porque no hay sólo respuestas incorrectas, también hay preguntas incorrectas. Porque a veces las preguntas, aunque se refieran a problemas reales, están planteadas de manera que ofuscan, mitifican, confunden el problema. La filosofía corrige la pregunta, resitúa el problema a un nivel más profundo. Y eso es lo que hace Benjamin cuando plantea el capitalismo en términos de religión y no de egoísmo.

Y es que nos equivocamos completamente cuando representamos el capitalismo como una degeneración egoísta. Y por eso nos equivocamos también cuando tratamos de atacarlo. Y es curioso que sea Slavoj Žižek, el filósofo contemporáneo más relevante del anticapitalismo, quien ponga el dedo en la llaga, y nos diga que la mayoría de los críticos del capitalismo de la actualidad se sienten profundamente incómodos cuando él les plantea una simple pregunta: “Ok, te he escuchado y estoy contigo. Los bancos nos han robado y se lo han llevado crudo. La política no ha estado a la altura. Bien, entonces ¿qué es realmente lo que quieres?, ¿qué es lo que crees que puede reemplazar este sistema?” Porque entonces viene la confusión. Debido al error de planteamiento, se impone una respuesta moralista del tipo “las personas deben ser más importantes que el dinero” que no conduce a nada.  

Žižek, un indudable simpatizante de todos los movimientos 15M, es quien grita que el rey está desnudo cuando establece un paralelismo entre ellos y Bartleby el escribiente, el personaje del cuento de Melville que quedó anclado en el “preferiría no hacerlo”.  Salimos a millares a las calles a gritar que preferiríamos no hacerlo, que preferiríamos no jugar al juego dispuesto sobre el tablero. Que hay algo fundamentalmente erróneo en este sistema y que las actuales formas de la democracia institucionalizada no son lo suficientemente fuertes como para afrontar y resolver nuestros problemas. Más allá de esto, el 15M no ofrece ninguna respuesta nítida, ni nadie la tenemos tampoco. El 15M es sólo una señal. Una señal de que es tiempo de pensar.

La gente no es consciente de que ese mantra de que “el capitalismo está en las últimas” no es nada nuevo. Ya antes de la revolución francesa se hablaba de que el capitalismo estaba en las últimas, y cuando Marx escribe a mediados del siglo XIX, había la convicción de que el final estaba ya cerca. Bien, pues resulta que el capitalismo pervive en su podredumbre. Y no sólo pervive sino que su eterna decadencia le hace cada vez más poderoso, más próspero. Así que tenemos un problema. Sobre todo si tenemos en cuenta que las alternativas al capitalismo que se intentaron durante el siglo XX han fracasado miserablemente degenerando en sociedades autoritarias. Entonces, ¿cómo abolir el mercado sin regresar de nuevo a una relación de servidumbre y dominación? Pues el primer paso es empezar a pensar, no dejarnos atrapar por esa presión pseudo-activista del “vamos a hacer algo”. No, no es tiempo de actuar, es tiempo de pensar, de interpretar de nuevo el mundo. Y escribo esto el mismo día que el Gobierno español presenta un proyecto de ley que elimina la troncalidad de la filosofía de segundo de bachillerato para hacerla una optativa al mismo nivel de la religión. Es que me hierve la sangre.

También es cierto que no se puede decir, mientras la gente está sufriendo tanto, que lo que debemos hacer es sentarnos y pensar. Pero sí que debemos tener mucho cuidado con lo que hacemos, con la selección de los temas que vamos aponer sobre la mesa. Y es que hay aspectos importantes concretos, ideológicos, que tocan la esencia de nuestra convivencia cívica. Un buen ejemplo es el brutal ataque a la educación pública y la sanidad pública, en el que los depredadores neoliberales manipulan la idea de libertad de la manera ideológicamente más perversa imaginable. La belleza, como dice Žižek, está en seleccionar el asunto que toque los fundamentos de nuestra ideología y que realmente pueda hacerse hoy y ahora. Hay que seleccionar y reducir más cuidadosamente los temas que formarán el debate público o acabaremos como Bartleby.

No actúes, sólo piensa.





Un libro para los movimientos 15M: Bartleby el escribiente, de Herman Melville

Una película para los movimientos 15M: El año que vivimos peligrosamente, de Peter Weir

Una canción para los movimientos 15M: Ballad of a thin man, de Bob Dylan



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domingo, mayo 05, 2013

Ropa sucia


Aminul Islam era un activista pro-derechos humanos de Bangladesh que llevó a cabo una campaña para organizar a los trabajadores y negociar un compromiso de mejora de las condiciones en las fábricas del sector textil, que hoy por hoy representa el 17% del PIB en el país asiático. Su cuerpo fue encontrado por la policía en abril de 2012 en las afueras de la capital. Según el atestado, fue torturado y asesinado. Nunca se detuvo a los culpables.

Desde su asesinato, cientos de trabajadores en condiciones de semiesclavitud han muerto en las fábricas textiles de Bangladesh mientras éstas se hacían más competitivas para sus contratantes europeos y americanos. El sector textil de Bangladesh -junto con el pakistaní- es el más competitivo del mundo y ha conseguido eliminar a China porque los altísimos salarios chinos no son competitivos en el sector. En Bangladesh se dan los salarios industriales más bajos del mundo: 32 euros al mes.

Con 32 euros al mes los trabajadores de las prendas que compramos (El Corte Inglés, Zara, etc.) no tienen siquiera para transporte, por lo que en muchos casos duermen en las mismas fábricas. Por eso nunca sabremos siquiera el número de muertos producidos en el edificio de Dacca. En el momento en que escribo esto se han contabilizado ya 501 muertos, como la marca de Levis.

Al igual que pasó con el fast-food, parece que se ha impuesto de moda el fast-fashion. Los países desarrollados (si es que todavía lo somos) compramos ropa compulsivamente. En Alemania, en 2011 se vendieron 5.970 millones de prendas, el equivalente a 70 unidades por persona. La OCU dice que cada español se desprende al año de siete kilos de ropa usada, lo que supone la generación de 300.000 toneladas anuales de residuos textiles de uso doméstico en España. Con estas condiciones de demanda, las multinacionales textiles no pueden sino producir más y más barato para permanecer en la rueda de la competencia. Inditex, la empresa más capitalizada de España, presume incluso en su Memoria Anual 2011: “Todas las tiendas del mundo reciben nuevos modelos dos veces por semana”.

Pero la competitividad sistémica del capitalismo tiene que seguir avanzando, y ya no es suficiente con pagar sueldos de 32 euros al mes para mantener el ritmo competitivo que genere los suficientes beneficios empresariales.  La presión de las multinacionales textiles para bajar sus costes ha llegado ya al límite de la esclavitud técnica con los 32 euros al mes, por lo que los contratistas se ven incentivados a buscar el ahorro a través de nuevas ideas emprendedoras. Recortes (o ajustes o reformas, como prefieren llamarlo los políticos  europeos). Dado que no se pueden flexibilizar más los salarios, estos empresarios han encontrado un filón de flexibilidad  en la reducción de costes por el mantenimiento de las infraestructuras. De esta manera, tiendas de nuestros barrios como Zara o El Corte Inglés, pueden ofrecernos camisas monísimas a precios de ganga.

Ya antes de estos homicidios de la deslocalización y la explotación capitalista, Estados Unidos estaba estudiando excluir a Bangladesh de su programa de preferencias arancelarias, que permite a varios países en desarrollo exportar productos libres de impuestos. No sé si la solución sería cargar de impuestos a estas empresas, ya que probablemente éstos acabarían afectando aún más a las condiciones de sus trabajadores antes que a los beneficios empresariales. Creo que bastaría con legislar la obligatoriedad de etiquetar las prendas en un sitio bien visible (no en la parte interior del cuello) con un color que identifique claramente el grado de respeto a los derechos humanos en la cadena de suministro de la marca que nos lo vende. Creo que con eso ya podríamos decidir los consumidores.



Get up, stand up: stand up for your rights! 
Get up, stand up: don't give up the fight! 



Un libro para Aminul Islam: Seda, de Alessandro Baricco

Una película para Aminul Islam: Germinal, de Claude Berri

Una canción para Aminul Islam: Get up stand up, de Bob Marley

domingo, abril 21, 2013

La ley del deseo



No puedes conseguir siempre todo lo que deseas
Pero si lo intentas, a veces encontrarás
Que tienes lo que necesitas
(You can’t always get what you want, The Rolling Stones, 1969)

El deseo es un movimiento de nuestra actividad psíquica que nos impulsa a alcanzar un objeto que consideramos una fuente de satisfacción. Pero los psicólogos dicen que para que exista deseo deben concurrir tres circunstancias.

En primer lugar, el deseo supone querer algo que no se posee, por lo que siempre se manifiesta como la ausencia, la carencia, la falta de algo.

En segundo lugar, el deseo vive en el mundo del exceso. Siempre se encuentra más allá de la necesidad, siempre se dirige a un mundo de posibilidades que no deja de exceder sus límites y puede ampliarse indefinidamente.

En tercer lugar, el deseo se basa en el conflicto y provoca intranquilidad: un deseo muere cuando alcanza su objetivo. Pero cuando un deseo se cumple, surgen nuevos deseos, y de ahí que los deseos sean una fuente de conflicto –entre lo que tenemos y lo que no tenemos– y de intranquilidad, pues desear algo y no obtenerlo nos lleva a la frustración.

Decía Pascal que sólo somos verdaderamente felices cuando soñamos con la futura felicidad porque estamos condenados a no querer lo que deseábamos en cuanto lo conseguimos. Claro, un deseo alcanzado deja de manifestarse como ausencia, pierde su condición de exceso y, por tanto, se genera el conflicto.

Un deseo satisfecho es un deseo muerto y, por tanto, sólo puede funcionar si ese deseo ya cubierto nos impulsa a desear nuevos objetos más inalcanzables, como un punto de partida para producir un nuevo deseo. La permanencia del estado de deseo nos exige poner en marcha una máquina de producir y matar deseos, desechando aquellos que nos llevan a una vía muerta y quedándonos con aquellos que nos mueven a actuar, que nos ponen constantemente en marcha. Como la zanahoria en la punta de la caña, tales deseos nos permiten avanzar en la línea que nos marca la satisfacción nunca acabada de alcanzar pero siempre a la vista. Por eso mismo los únicos deseos que pueden propiciar un sentido a nuestros actos deben ser de esa clase de deseos que nunca se agotan por ser sus objetos inalcanzables. Ser y no tener, buscar y no encontrar, luchar y no vencer.

Decía José Antonio Marina que la cultura occidental nos presiona para favorecer la insatisfacción y la agresividad por medio de la manipulación de deseos vacíos (de vía muerta). Nuestra forma de vida, la necesidad de incentivar el consumo, la velocidad de las innovaciones tecnológicas, el imperio de un sistema económico que impulsa la falta de autoestima. Todo se basa en una continua incitación al deseo que queda amplificado por la retórica publicitaria. Y para complicar más las cosas, hemos unido la impaciencia a la búsqueda de la satisfacción de nuestros deseos. I want it all and I want it now. Pero la impaciencia, al no respetar el tiempo natural de las cosas altera toda nuestra vida emocional. Quizás Mick Jagger estaba equivocado, y su famosa canción debería decir lo contrario: podemos conseguir todo lo que queramos, pero si lo intentamos alguna vez, descubriremos que no podemos conseguir lo que necesitamos.



Un libro para Mick: Juegos de la edad tardía, de Luis Landero

Una película para Mick: La guía perversa del cine, de Sophie Fiennes

Una canción para Mick: Listen to the lion, de Van Morrison


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domingo, marzo 17, 2013

Nada está escrito



En la película de David Lean Lawrence de Arabia, un grupo de hombres atraviesa el gran desierto de Nefud para preparar la ofensiva contra la ciudad de Aqaba en la Primera Guerra Mundial. Tras unos horribles días de marcha agotadora, un miembro de la tropa llamado Gasim se pierde entre las dunas mientras el grupo avanza sin percatarse de ello. Muchas horas después, cuando se dan cuenta de que Gasim no está ya con ellos, Lawrence (brutal personaje interpretado por un Peter O’Toole único) quiere ir a rescatarle. Todos sus compañeros se niegan, especialmente el jefe del grupo, Sherif Ali (genial Omar Shariff), quien le dice que está escrito que Gasim muera en el desierto. Pero el orgullo de Lawrence y las ansias por hacerse valer ante todos los demás hacen que desoiga lo que dicen y vaya en su búsqueda.

Nadie confía en que el rubio inglés consiga volver con vida del desierto. Todos le toman por loco, y continúan su avance. Pero Lawrence vuelve con Gasim en su camello. Avanza entre el grupo de hombres fascinados por la hazaña hasta situarse frente a Ali, y antes de beber el agua que le ofrece, le mira fijamente a los ojos y le dice “Nada está escrito”. Y es en esta secuencia donde se produce un cambio fundamental en la interrelación de los personajes de la película. Sherif Ali, que siempre se había mostrado negativo ante la presencia de un británico entre ellos, comienza a sentir a partir de ese momento una admiración inmensa hacia Lawrence. Éste, por su parte, si ya era orgulloso previamente, a partir de ahora lo será aún más, siendo consciente de cómo todos comienzan a venerarle, y consigue imponer sus criterios militares en la estrategia para tomar Aqaba.

Sí, se puede. Pero no olvidemos que, por cosas del ritmo narrativo, una de las primeras normas del guionista de cine es reducir el número de protagonistas y juntar caracteres en uno solo, eliminar subtramas e imponer los tres actos de la estructura dramática (introducción, nudo, desenlace). No desarrollaríamos la emoción si nos encontráramos con una historia tan compleja como lo suele ser la realidad.

Si, se puede, pero necesitaremos algo más que un Lawrence. No es tiempo de superhéroes rubios sino de muchas conciencias y mucho trabajo. La gente no es estúpida. Nuestra pulsión primaria de decencia y justicia, nuestro sentido común debería unirnos. Darnos cuenta de que todos estamos en el mismo barco.

Navegamos en un extraño barco,
Alcanzando una extraña playa,
Llevando la más extraña carga
Que nunca embarcó.
Navegamos por un extraño mar,
Impulsados por un extraño viento,
Llevando la más extraña tripulación,
Que nunca se contrató.
Conducimos un extraño coche,
Seguimos una extraña estrella,
Escalamos la más extraña cumbre
Que nunca se alcanzó.
Vivimos un tiempo extraño,
Persiguiendo un extraño objetivo:
Transformar nuestro cuerpo en alma

(Mike Scott)


  

Una canción para Lawrence: Strange boat, de Waterboys

Una película para Lawrence: Arriba Hazaña, de José María Gutiérrez Santos

Un libro para Lawrence: Indignaos, de Stéphane Hessel



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domingo, febrero 17, 2013

¡El autor, el autor!


Hace ya demasiados años, a finales de los felices ochenta, un amigo que estudiaba filosofía en Salamanca me contó algo que había ocurrido en su pueblo, en la provincia de Badajoz. El ayuntamiento de aquella localidad organizaba todos los años un concurso de cuentos y premiaba al ganador contundentemente, algo que era muy propio de aquellos años de bonanza de presupuestos municipales para fiestas (yo llegue a ver gratis, vía presupuestos municipales, a megaestrellas como Los Kinks, Lou Reed o Van Morrison).

Bien, el hecho es que el concurso literario siempre era ganado por la misma persona, que escribía unos relatos que fascinaban al grupo de concejales del pueblo que hacían la labor de jurado. Varios años después, alguien descubrió que todos –completamente todos- los relatos que “escribía” aquel autor local, eran en realidad relatos de Julio Cortázar. Supongo que en estos tiempos de corrupción escénica, de superficialidad moral y de cinismo impávido de los poderosos (públicos y privados), este concursante no escandalizará a nadie.

Decía Bernardo Atxaga que toda la literatura moderna es plagio y que cada escritor está obligado a repetir lo que ya se dijo. Expone que para que el plagio sea un éxito literario, se deben observar las siguientes reglas fundamentales:

1) Tomar un texto clásico que ya nadie lee.

2) Pasarlo a otro tiempo y otro lugar.

3) Cambiar los nombres propios y la persona del relato.

4) Enmascarar la narración de tal manera que no se reconozca.


Lo recuerdo ahora, a raíz de una conversación con otro amigo. Y no sé si llorar por la falta de cultura de aquel jurado de pueblo extremeño que manejaba los fondos públicos, o conmoverme de que esos ignorantes tuvieran el atino de valorar el talento de Cortázar y no haberle dado el premio a algún otro vecino del pueblo que hablara de sexo con vampiros.


 


Un libro para el ganador: Pierre Menard, autor del Quijote, de Jorge Luis Borges

Una película para el ganador: Familia, de Fernando León

Una canción para el ganador: Do it again, de The Kinks


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lunes, febrero 04, 2013

El mapa y el territorio


Un mapa no es lo mismo que un territorio. El territorio es la realidad, pero el mapa sólo nos muestra aquellas partes de la realidad que nos interesan, representadas de la manera más esquemática posible y con la finalidad de comprender lo que nos interesa conocer de ese territorio. El mapa es lo que nosotros queremos/podemos interpretar del territorio. Es sólo una manera de interpretar la realidad con una finalidad preconcebida, porque no podemos abarcar la realidad en sí, que queda siempre ajena a nosotros.

Nos ha pasado a todos. Vamos paseando por un sendero con el mapa en la mano. Ahora, a la derecha, tiene que haber una vereda que nos lleve hasta el lago. Y de pronto no lo hay. Nos hemos equivocado, pensamos. Volvemos a repasar el plano. Este castillo no debería estar aquí, nos decimos. Miramos las líneas que marca el mapa; rojas, amarillas, verdes. Miramos la realidad y buscamos en ella las líneas rojas, amarillas, verdes. El plano no puede estar mal, nos decimos, el fallo está en la realidad. Rechazamos la realidad porque no podemos cambiar el mapa, que es lo que crea nuestros conceptos.

Y resulta que nos movemos en nuestra vida con mapas, no con territorios. Simplemente, no percibimos aquello que no está preconcebido que percibamos de la realidad. Nuestra representación del mundo no es el mundo, sino sólo nuestra representación subjetiva del mismo. Y es esta representación y no el mundo lo que nos dice qué es el éxito y cuáles son nuestros límites. Pero, ¿y si nuestro mapa no es igual que el de nuestro vecino, aunque compartamos el mismo territorio? De alguna manera, estamos condenados a la incomunicación con la realidad y con los vecinos.

El mapa y el territorio es una gran novela de Michel Houellebecq, el maldito, que trata del arte, del amor, de la eutanasia, de la dignidad, del aislamiento, de las obsesiones, del dinero, de las relaciones filiales, de la crueldad, del futuro perdido de Europa, del asesinato, de Wikipedia y de los efectos de los embutidos en la acumulación de grasas estomacales. Bueno, en realidad no trata de estos temas, sino que trata de los mapas que los protagonistas -Jed Martin y el propio Houellebecq- se van haciendo sobre estos temas y que vamos conociendo a través una brutal penetración psicológica sobre ellos.


"-¿Qué es lo que define a un hombre? ¿Cuál es la primera pregunta que se le hace a un hombre cuando quieres informarte de su estado? En algunas sociedades le preguntan primero si está casado, si tiene hijos; en las nuestras, se le pregunta en primer lugar su profesión. Lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción, y no su estatuto de reproductor (…) También nosotros somos productos –continuó Houellebecq – productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico, con la salvedad de que no existe, en general, mejora técnica o funcional evidente. Sólo subsiste la exigencia de novedad en estado puro.”

(El mapa y el territorio, Michel Houllebecq)


Quizás el arte sea el único sitio en el que podemos hacer coincidir el mapa con el territorio, ¿no crees?




Una canción para Michel Houellebecq: Holes, de Passenger

Un libro para Michel Houellebecq: El hacedor, de Jorge Luis Borges

Una película para Michel Houellebecq: Life lessons, de Martin Scorsese




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