El regalo
El regalo más hermoso que he tenido en mi vida lo recibí en 1982. Aún me emociono de recordarlo.
No fue un beso, ni un poema, ni nada así. No. Fue un regalo material. Absolutamente material y consumista: Still Life, de The Rolling Stones. Fue editado en 1981 y recogía la gira que la banda había realizado hacía apenas unos meses por los Estados Unidos.
Sus Satánicas Majestades habían estado después de gira en 1982 por Europa. Y fue la primera vez que tocaban en Madrid. En un Madrid que acababa de salir hacía apenas unos años de la dictadura franquista, con un golpus-interruptos por parte de Tejero hacía pocos meses. Un Madrid que se debatía entre el miedo y la ilusión. En el filo de la navaja entre el pasado y el futuro. Ese Madrid donde los pájaros visitaban al psiquiatra y las estrellas se olvidaban de salir, donde la muerte viajaba en ambulancias blancas... Esos meses previos a la victoria socialista, por primera vez desde la República de mi abuelo.
Los Stones tocaron en el Estadio Vicente Calderón el 7 de Julio de aquel año de 1982 y yo deseaba verles con todas mis fuerzas. Era lo más importante, lo más emocionante, sensual, libre y excitante que yo podría imaginar en mi vida en aquellos días. Pero yo sólo tenía 14 años y mis padres no me dejaron ir. Me obligaron a pasar con ellos las vacaciones de verano en Platja de Aro en esas fechas, en uno de los últimos años que ellos pasaron juntos. En casa de mi madre hay una foto descolorida de ese frustrante verano. Yo sé que esa foto se tomó el 8 de julio, ni un día antes ni uno después; mi madre no recuerda. Lo sé porque cuando se hizo esa foto yo acababa de leer en el periódico de mi padre la crónica de aquel histórico concierto, de aquella experiencia brutal que me habían prohibido vivir para hacer de parapeto en una relación muerta y aterrorizadora. Veo mi cara mirando a cámara, hace tantos años, y aún me da miedo y pena. Me sentí tan frustrado y tan lejos en ese momento.
En cuanto regresé a Madrid fui en metro hasta casa de mi tío Pepe, el hermano pequeño de mi madre, que era quien me había descubierto a mí a la banda hacía un par de años. Allí había descubierto entre sus enormes montañas de discos aquellos vinilos que eran para mí la puerta a un mundo mágico, lúcido, sexual incluso. A una tierra prometida de sensaciones hermosas y libres. Libres y sensuales. Libres. Libres.
Mi tío Pepe me había hablado de los sesenta, de los singles especiales que transportaban la mente a algo tan distinto a lo que era Ávila en aquellos días sepia. Veia sus fotos con melenas, las risas de marihuana las chicas voluptuosas con las que se acostaban allí; el rock, la libertad. Me excitaban esas chicas tanto o más que la música de los Stones. Eran libres y habían podido abrir la puerta de la vida que a mí se me antojaba tan lejos, tan imposible, tan fantástica. Hablar con él era toda una experiencia llena de matices, de ingenio, de inteligencia sana, de vida. ¡¡¡De sentido del humor!!!. Nunca me he reído tanto con alguien como con él.
Mi tío Pepe amaba a los Rolling Stones. Para él no era sólo la música, sino todo un símbolo de rebeldía ante la dictadura casposa, culturalmente castrada e impotente en que había crecido. Aquella gramola que había en El Chico, con los singles de los Stones (Jummpin’, Honky Tonk, Paint it Black, Heart of Stone...) suponía un salto mucho más revolucionaria aún que la cápsula de transporte de la nave Enterprise de Star Trek: La distancia entre el Ávila de 1967 y Paint it Black era salvaje.
Todo esto me lo había transmitido mi tío Pepe. Esa música se metía en mis venas y me hacía sentir grande y especial.
Cuando vinieron los Stones ¡por fin! él fue a verlos. Yo no. Y cogí ese metro y me fui a su casa para que me hablara del concierto. Lo pasé genial imaginando todas esas sensaciones que yo no había podido vivir. Creo que disfruté más de cómo él me hablaba de ellos que si hubiera ido a verlos con mis propios y adolescentes ojos.
Me vio triste, frustrado y melancólico. Entonces dejó su cerveza sobre la mesa camilla, se levantó, hurgó entre su montaña de discos y sacó el Still Life, que estaba aún sin abrir. POr su trabajo, Alguien que conocía sus pasiones se lo acababa de regalar, importado desde Estados Unidos. Lo sopesó en sus manos y me dijo “Toma. Disfrútalo”
Mi tío Pepe murió de una cáncer fulminante tal día como hoy, hace justo tres años.
No tengo agujas para escuchar mis vinilos desde que me separé. Pero Still Life está guardado en un cajón especial y a veces miro la portada.
Pepe, te quiero.
un libro para Pepe: El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough
una canción para Pepe: Paint it Black, de The Rolling Stones
una película para Pepe: El último valle, de James Clavell
No fue un beso, ni un poema, ni nada así. No. Fue un regalo material. Absolutamente material y consumista: Still Life, de The Rolling Stones. Fue editado en 1981 y recogía la gira que la banda había realizado hacía apenas unos meses por los Estados Unidos.
Sus Satánicas Majestades habían estado después de gira en 1982 por Europa. Y fue la primera vez que tocaban en Madrid. En un Madrid que acababa de salir hacía apenas unos años de la dictadura franquista, con un golpus-interruptos por parte de Tejero hacía pocos meses. Un Madrid que se debatía entre el miedo y la ilusión. En el filo de la navaja entre el pasado y el futuro. Ese Madrid donde los pájaros visitaban al psiquiatra y las estrellas se olvidaban de salir, donde la muerte viajaba en ambulancias blancas... Esos meses previos a la victoria socialista, por primera vez desde la República de mi abuelo.
Los Stones tocaron en el Estadio Vicente Calderón el 7 de Julio de aquel año de 1982 y yo deseaba verles con todas mis fuerzas. Era lo más importante, lo más emocionante, sensual, libre y excitante que yo podría imaginar en mi vida en aquellos días. Pero yo sólo tenía 14 años y mis padres no me dejaron ir. Me obligaron a pasar con ellos las vacaciones de verano en Platja de Aro en esas fechas, en uno de los últimos años que ellos pasaron juntos. En casa de mi madre hay una foto descolorida de ese frustrante verano. Yo sé que esa foto se tomó el 8 de julio, ni un día antes ni uno después; mi madre no recuerda. Lo sé porque cuando se hizo esa foto yo acababa de leer en el periódico de mi padre la crónica de aquel histórico concierto, de aquella experiencia brutal que me habían prohibido vivir para hacer de parapeto en una relación muerta y aterrorizadora. Veo mi cara mirando a cámara, hace tantos años, y aún me da miedo y pena. Me sentí tan frustrado y tan lejos en ese momento.
En cuanto regresé a Madrid fui en metro hasta casa de mi tío Pepe, el hermano pequeño de mi madre, que era quien me había descubierto a mí a la banda hacía un par de años. Allí había descubierto entre sus enormes montañas de discos aquellos vinilos que eran para mí la puerta a un mundo mágico, lúcido, sexual incluso. A una tierra prometida de sensaciones hermosas y libres. Libres y sensuales. Libres. Libres.
Mi tío Pepe me había hablado de los sesenta, de los singles especiales que transportaban la mente a algo tan distinto a lo que era Ávila en aquellos días sepia. Veia sus fotos con melenas, las risas de marihuana las chicas voluptuosas con las que se acostaban allí; el rock, la libertad. Me excitaban esas chicas tanto o más que la música de los Stones. Eran libres y habían podido abrir la puerta de la vida que a mí se me antojaba tan lejos, tan imposible, tan fantástica. Hablar con él era toda una experiencia llena de matices, de ingenio, de inteligencia sana, de vida. ¡¡¡De sentido del humor!!!. Nunca me he reído tanto con alguien como con él.
Mi tío Pepe amaba a los Rolling Stones. Para él no era sólo la música, sino todo un símbolo de rebeldía ante la dictadura casposa, culturalmente castrada e impotente en que había crecido. Aquella gramola que había en El Chico, con los singles de los Stones (Jummpin’, Honky Tonk, Paint it Black, Heart of Stone...) suponía un salto mucho más revolucionaria aún que la cápsula de transporte de la nave Enterprise de Star Trek: La distancia entre el Ávila de 1967 y Paint it Black era salvaje.
Todo esto me lo había transmitido mi tío Pepe. Esa música se metía en mis venas y me hacía sentir grande y especial.
Cuando vinieron los Stones ¡por fin! él fue a verlos. Yo no. Y cogí ese metro y me fui a su casa para que me hablara del concierto. Lo pasé genial imaginando todas esas sensaciones que yo no había podido vivir. Creo que disfruté más de cómo él me hablaba de ellos que si hubiera ido a verlos con mis propios y adolescentes ojos.
Me vio triste, frustrado y melancólico. Entonces dejó su cerveza sobre la mesa camilla, se levantó, hurgó entre su montaña de discos y sacó el Still Life, que estaba aún sin abrir. POr su trabajo, Alguien que conocía sus pasiones se lo acababa de regalar, importado desde Estados Unidos. Lo sopesó en sus manos y me dijo “Toma. Disfrútalo”
Mi tío Pepe murió de una cáncer fulminante tal día como hoy, hace justo tres años.
No tengo agujas para escuchar mis vinilos desde que me separé. Pero Still Life está guardado en un cajón especial y a veces miro la portada.
Pepe, te quiero.
un libro para Pepe: El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough
una canción para Pepe: Paint it Black, de The Rolling Stones
una película para Pepe: El último valle, de James Clavell
7 Comments:
muchas gracias
Todos tenemos un tío Pepe o un abuelo Pedro en nuestras vidas.
En mi caso, a pesar de haber pasado mucho años ya de su pérdida, recordarle supone que se me agarre un nudo en la garganta.
Un libro para Pedro: cualquiera de Isaac Asimov
Un sonido para Pedro: la radio en el desayuno
Muchas gracias por este mensaje. A mí me hubiera gustado tener un tío Pepe, como el tuyo. Hoy es siempre, todavía, cuando miras esa portada. Disfrutala, como yo he hecho leyendo este mensaje.
Otro libro para tu tío Pepe: Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom.
Otro canción para tu tío Pepe: With a little help from my friends, de The Beatles.
Otra película para tu tío Pepe: The Kid, de Charlie Chaplin.
Que decir, lo siento de todo corazón... Mi tío de nombre tenía Bonifacio pero de apodo «Jefe». Murió el 25 de Enero de este año. Lo echo de menos, sobre todo cuando vaya al pueblo y no cuente sus historias.
Un beso enorme.
Es hermoso, triste, desgarrador. Me refiero a tu post, claro, pero, ¿sabes? También está lleno de vida, la que irradia tu escritura. Pepe debió de ser un tipo estupendo. No me extraña que lo quisieras, que lo sigas queriendo, que no lo olvides.
Un beso para ti, y otro para él, si me lo permites
Yo pude escucharlos como a lo lejos... en aquel 1982... paradójicamente... los oí. Y en mi mente de 13 años se abría todo el mundo que yo quería conocer, aún no siendo fan suya.
Yo quería ir al mundo. Su ruido me hablaba de ese mundo que me estaba esperando...
Los oí desde una pequeña habitación... que era una especie de celdilla. Era sí... 1982.
TU TÍO TE QUERÍA MUCHO... NO HAY DUDA.
Hermosísimas palabras, NoSurrender. Que Dios bendiga a tu querido tío.
Un abrazo
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