Sueño dylaniano número 1
De vuelta a la autopista 61
Mister Jones ya había salido de la habitación con su lápiz en la mano. Aún recordaba al hombre desnudo sin nombre, al payaso imposible, a los chatarreros y al tragador de sables que le habían saludado desde el interior. Todo era muy confuso, pero no afectaba a su carácter decidido. Se ajustó el sombrero, abrochó su gabardina y pisó la colilla que había mantenido entre sus labios durante toda la conversación.
Quizás había bebido más de la cuenta, o tenía fiebre, o las setas que había comido no eran tan inofensivas como aseguraba el mesonero. Daba igual; cualquier explicación que le dieran la daría por buena sin más.
El papel que había guardado en el bolsillo de su chaqueta antes de abandonar la estancia le daba indicaciones muy claras: Debía dirigirse a la carretera 61, donde un autostopista con el pelo rizado y mirada profunda le preguntaría si había visto a Abraham matando a su hijo. Él le proporcionaría todas las respuestas a todas sus preguntas, que en realidad eran una sola pero con distintos nombres de mujer.
¿era un papel o una desgastada caja de cerillas de un bar de alterne de mala fama? Lo pensaría después.
Llovía. No, no.. hacía sol. En cualquier caso el portero le abrió y le despidió con una sonrisa sospechosa.
Jones no lo dudó y enfiló por la calle Desolación hasta el puente que daba acceso a la 61. La última vez que visitó el oráculo de aquella autopista encontró unas botas de cuero y un sueño más para la colección. Había comido judías y había hecho el amor salvajemente con la camarera encima del arcón de la cocina. O quizás no. Quien manejaba los hilos había cambiado varias veces de opinión y mister Jones ya no sabía lo que había pasado o y lo que no. En cualquier caso, aquella camarera tenía un cuerpo de infarto.
El coche, un viejo mustang descapotable, avanzaba entre el tráfico denso bajo la lluvia. O no. El moderno ferrari rojo rugía sobre el asfalto que ardía bajo el sol mientras Mr Jones intentaba ordenar sus ideas. Todo acabaría encajando, él sólo tenía que conducir y seguir la línea blanca.
Se lanzó por el carril de la derecha de la autopista 61 buscando a su contacto. Ahí estaba el contestador de preguntas, con su desordenada cabellera, la cara pintada de blanco y una raída chaqueta negra. Extendía el pulgar de su mano derecha y con la izquierda sostenía varios carteles blancos que iba dejando caer al suelo con desdén en los que se podía leer “una gran lluvia está a punto de caer”. Era él, sin duda.
Mister Jones paró el chevrolet plateado, tiró la colilla que no recordaba haber encendido y llamó al autostopista por su nombre mientras sacaba con disimulo un revolver de la guantera. Pero nuevamente todo quedó interrumpido y ya era la tercera vez en aquella mañana. Jones lo asumió con la misma calma que encajaba todo. Al fin y al cabo, él era sólo un personaje mal definido por un escritor lleno de dudas que volvía a perder la inspiración.
Un libro para la autopista 61: Crónicas, de Bob Dylan
Una canción para la autopista 61: Ballad of a thin man, de Bob Dylan
Una película para la autopista 61: No direction home, de Martín Scorsese
Mister Jones ya había salido de la habitación con su lápiz en la mano. Aún recordaba al hombre desnudo sin nombre, al payaso imposible, a los chatarreros y al tragador de sables que le habían saludado desde el interior. Todo era muy confuso, pero no afectaba a su carácter decidido. Se ajustó el sombrero, abrochó su gabardina y pisó la colilla que había mantenido entre sus labios durante toda la conversación.
Quizás había bebido más de la cuenta, o tenía fiebre, o las setas que había comido no eran tan inofensivas como aseguraba el mesonero. Daba igual; cualquier explicación que le dieran la daría por buena sin más.
El papel que había guardado en el bolsillo de su chaqueta antes de abandonar la estancia le daba indicaciones muy claras: Debía dirigirse a la carretera 61, donde un autostopista con el pelo rizado y mirada profunda le preguntaría si había visto a Abraham matando a su hijo. Él le proporcionaría todas las respuestas a todas sus preguntas, que en realidad eran una sola pero con distintos nombres de mujer.
¿era un papel o una desgastada caja de cerillas de un bar de alterne de mala fama? Lo pensaría después.
Llovía. No, no.. hacía sol. En cualquier caso el portero le abrió y le despidió con una sonrisa sospechosa.
Jones no lo dudó y enfiló por la calle Desolación hasta el puente que daba acceso a la 61. La última vez que visitó el oráculo de aquella autopista encontró unas botas de cuero y un sueño más para la colección. Había comido judías y había hecho el amor salvajemente con la camarera encima del arcón de la cocina. O quizás no. Quien manejaba los hilos había cambiado varias veces de opinión y mister Jones ya no sabía lo que había pasado o y lo que no. En cualquier caso, aquella camarera tenía un cuerpo de infarto.
El coche, un viejo mustang descapotable, avanzaba entre el tráfico denso bajo la lluvia. O no. El moderno ferrari rojo rugía sobre el asfalto que ardía bajo el sol mientras Mr Jones intentaba ordenar sus ideas. Todo acabaría encajando, él sólo tenía que conducir y seguir la línea blanca.
Se lanzó por el carril de la derecha de la autopista 61 buscando a su contacto. Ahí estaba el contestador de preguntas, con su desordenada cabellera, la cara pintada de blanco y una raída chaqueta negra. Extendía el pulgar de su mano derecha y con la izquierda sostenía varios carteles blancos que iba dejando caer al suelo con desdén en los que se podía leer “una gran lluvia está a punto de caer”. Era él, sin duda.
Mister Jones paró el chevrolet plateado, tiró la colilla que no recordaba haber encendido y llamó al autostopista por su nombre mientras sacaba con disimulo un revolver de la guantera. Pero nuevamente todo quedó interrumpido y ya era la tercera vez en aquella mañana. Jones lo asumió con la misma calma que encajaba todo. Al fin y al cabo, él era sólo un personaje mal definido por un escritor lleno de dudas que volvía a perder la inspiración.
Un libro para la autopista 61: Crónicas, de Bob Dylan
Una canción para la autopista 61: Ballad of a thin man, de Bob Dylan
Una película para la autopista 61: No direction home, de Martín Scorsese
4 Comments:
Me gusta encontrarte. Tenía que ser pasando por Nueva York, supongo.
Me gusta mucho verte escribir. Ahí encuentro al lagarto que conozco (es decir, al que creía conocer y que se me había perdido un poco).
Me gusta eso. Ojalá sigas por aquí.
Menudo regalo! Está claro que este relato merece un premio. Me ha encantado. Gracias por compartirlo.
Vaya, Janey, qué sorpresa encontrarte por aquí. Este lagarto no deja de escribir, más mal que bien. Hay algo terapéutico en el compulsivo, percusivo, apretar de teclas. Lo hemos hablado en ocasiones ¿verdad? Quizás este formato se presta menos al circunloquio de gallinero de otros sitios, sólo eso. Me alegro de que me leas. Se echa de menos leerte a ti también, eh, ¡que no hay manera! :)
Gracias Billy, fue leerte y volver ese texto a mi cabeza. Un placer compartirlo, claro que sí.
Estoy en ello. No perdamos la esperanza, lagarto. Ya tendrás noticias mías :)
El uso terapéutico de la tecla debería ser objeto de estudio profesional...
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