Cielo es un lugar donde nunca pasa nada
El hedor de la injusticia golpea la pituitaria del viejo Charlie cuando, sentado al piano, toca aquella melodía de Ray Charles, Georgia on my mind. Arrastra sus dedos negros con sus uñas blancas por las teclas blancas con sus semitonos negros mientras recuerda que él también, una vez, tuvo un hogar en Georgia.
Treinta años atrás las copas de los árboles se mecían con el viento bajo el cielo plomizo del sur de los Estados Unidos. Al final de la alameda, el entonces prometedor Charlie Winston arreglaba partituras sentado en la mecedora de un porche mientras sus hijos jugaban en la pradera. Aquel Charlie era muy distinto del actual; estaba lleno de vida y vacío de alcohol.
Pero el dios del Blues quiso que su sacerdote Charlie L. Winston viviera una de esas tristes historias que tan bien sabía componer al piano. Su mujer se largó a Los Ángeles con su representante James Dole, quien previamente le arruinó quedándose con los derechos editoriales de todo lo que había compuesto hasta entonces. El viejo Charlie aún se sonríe cuando escucha en la radio estrafalarias versiones de sus mejores blues de aquellos tiempos... atribuidos ahora siempre a un tal J. Dole, de California.
Charlie había regresado a Georgia aquella misma mañana en un vuelo directo de Chicago. Dudó hasta el último momento si aceptar o no esos doce conciertos en Atlanta tan bien pagados. Le había jurado al Diablo que no volvería a pisar aquellas tierras donde tantos años atrás enterró su corazón. Pero su batería Joe había tenido un nuevo niño y necesitaban aquel montón de dólares.
Parapetado tras el piano de cola, tocando “Georgia on my mind” por primera vez en los últimos treinta años, el viejo músico recuerda ahora el olor de los almendros en flor que flanqueaban los caminos por donde paseaba con sus amigos cuando escapaba del colegio bajo el enorme cielo que se abría al llegar la primavera y se mostraba limpio de nubes durante meses, brillando con furia sobre la arena que serpenteaba entre los bosques sureños.
Charlie pulsa las teclas blancas con sus dedos negros y siente como percute tras ellas el croar de las ranas que perseguía en la orilla del arroyo cuando era niño. Puede ver ahora la cara de su hermana en el círculo de fuego rojo que ilumina el escenario llamándole a gritos a comer. Y en el reflejo de caoba de la tapa levantada del piano puede ver a la hermosa Mary bañándose desnuda en el río de aguas heladas que susurran entre los cantos rodados bajo ese cielo azul en el que, en aquellos días, nunca pasaba nada.
Una canción para el viejo Charlie: No Surrender, de Bruce Springsteen
Una película para el viejo Charlie: Alrededor de la medianoche, de Bertrand Tavernier
Un libro para el viejo Charlie: El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina
Treinta años atrás las copas de los árboles se mecían con el viento bajo el cielo plomizo del sur de los Estados Unidos. Al final de la alameda, el entonces prometedor Charlie Winston arreglaba partituras sentado en la mecedora de un porche mientras sus hijos jugaban en la pradera. Aquel Charlie era muy distinto del actual; estaba lleno de vida y vacío de alcohol.
Pero el dios del Blues quiso que su sacerdote Charlie L. Winston viviera una de esas tristes historias que tan bien sabía componer al piano. Su mujer se largó a Los Ángeles con su representante James Dole, quien previamente le arruinó quedándose con los derechos editoriales de todo lo que había compuesto hasta entonces. El viejo Charlie aún se sonríe cuando escucha en la radio estrafalarias versiones de sus mejores blues de aquellos tiempos... atribuidos ahora siempre a un tal J. Dole, de California.
Charlie había regresado a Georgia aquella misma mañana en un vuelo directo de Chicago. Dudó hasta el último momento si aceptar o no esos doce conciertos en Atlanta tan bien pagados. Le había jurado al Diablo que no volvería a pisar aquellas tierras donde tantos años atrás enterró su corazón. Pero su batería Joe había tenido un nuevo niño y necesitaban aquel montón de dólares.
Parapetado tras el piano de cola, tocando “Georgia on my mind” por primera vez en los últimos treinta años, el viejo músico recuerda ahora el olor de los almendros en flor que flanqueaban los caminos por donde paseaba con sus amigos cuando escapaba del colegio bajo el enorme cielo que se abría al llegar la primavera y se mostraba limpio de nubes durante meses, brillando con furia sobre la arena que serpenteaba entre los bosques sureños.
Charlie pulsa las teclas blancas con sus dedos negros y siente como percute tras ellas el croar de las ranas que perseguía en la orilla del arroyo cuando era niño. Puede ver ahora la cara de su hermana en el círculo de fuego rojo que ilumina el escenario llamándole a gritos a comer. Y en el reflejo de caoba de la tapa levantada del piano puede ver a la hermosa Mary bañándose desnuda en el río de aguas heladas que susurran entre los cantos rodados bajo ese cielo azul en el que, en aquellos días, nunca pasaba nada.
Una canción para el viejo Charlie: No Surrender, de Bruce Springsteen
Una película para el viejo Charlie: Alrededor de la medianoche, de Bertrand Tavernier
Un libro para el viejo Charlie: El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina
7 Comments:
Georgia en mi mente, desgarradora.
La conocí por Michael Bolton.
Los perdedores suelen volver a casa al terminar la batalla. Ya lo sugirió Kundera en "La Insoportable Levedad del Ser". Sólo espero que Charlie sepa que hay determinado tipo de mujeres que no se ganan... se contraen. Y si algo así te ocurre, siempre estarán dentro de ti, aunque en ese mismo instante esté en los brazos de un tipo en L.A.
Una película para el viejo Charlie: No puede se otra que "Bird" del tío Clint.
jajaja, me ha gustado eso de que hay mujeres que "se contraen", como la gripe ;).
Un post muy evocador del viejo Sur...
Tuve la suerte de ver en persona al Viejo Ray Charles cantando Georgia...eso no es fácil de olvidar
...porque todo pasa cuando parece que nada pasa.
Un post para el viejo Charlie? Buena canción, buen post, ahora mismo bajo a practicar en el piano las cosas que me han olvidado
besos
Realmente hermosos, los recuerdos de Charlie... Bendita música...
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