Vive la France!

Alegre el corazón, he subido hasta el monte
desde donde se observa París por entero:
hospital, purgatorio, celda, infierno, prostíbulo;
Donde todo lo atroz como una flor florece.
Tú bien sabes, Satán, patrón de mis angustias,
que no subí allá arriba para llorar en vano.
Mas cual viejo lascivo con una vieja amante,
embriagarme quería de esa enorme ramera
que me rejuvenece con su encanto infernal.
Ya duermas todavía en los lienzos del alba,
pesada, oscura, enferma, o ya te pavonees
con los velos nocturnos bordados de oro fino,
¡te quiero, París infame! Cortesanas,
bandidos, también brindáis placeres
que el profano ordinario no llega a comprender.

(Charles Baudelaire)


París es una de las ciudades que más han influido en mí, si no la que más. A mí y al mundo, claro; tanto en los aspectos más vanguardistas y culturales a lo largo de los últimos siglos como en las revoluciones políticas que han conformado la sociedad que hoy tenemos.

En París sientes que las calles que pisas están desgastadas por las pasos lentos de Proust y Yourcenar, los pasos rápidos de Voltaire y Balzac, los firmes como losas de Pascal y Rodin, los pasos indecisos de Flaubert y Rimbaud, los pasos de baile de Breton y Zola, los caballetes de Manet y Cezanne, los trípodes de las cámaras de Truffaut y Godard, las colillas aplastadas por Camus y Kandinski, las nuevas muescas de Houellebecq y Annaud ... pocas ciudades acumulan tanto lustro sobre sus adoquines, debajo de los cuales -como todo el mundo sabe- está la playa de Pauline.

¿Alguien me invita a un té en Les Deux Magots?

Y ahora, un pequeño homenaje a dos de las cosas más hermosas que se pueden encontrar hoy en París, que es la disculpa de este post. Vive la France!







Estaré fuera hasta el miércoles. Au revoir!


Un libro para París: París no se acaba nunca, de Enrique Vila Matas

Una película para París: Los 400 golpes, de Francois Truffaut

Una canción para París: The partisan, de Leonard Cohen