Bukinko
Siéntate, hijo, por favor. Voy a contártelo todo.
Cuando la Compañía Colonial de África nos ofreció aquel trabajo, tu madre y yo no dudamos en aceptar la propuesta. Nos fuimos a vivir a esa aldea de negros en medio de la selva para hacernos cargo de un almacén de soja. En sólo dos años podríamos reunir lo suficiente para comprar la granja que siempre quisimos trabajar, en York.
El África Colonial no es buen lugar para las personas, mi pequeño William. Las escasas energías que sobreviven a las fiebres y el paludismo se consumen bajo el sol. Pero es aún peor al atardecer, cuando millones de mosquitos toman posesión del aire, las termitas se adueñan de las cabañas y los murciélagos se lanzan de un lado a otro revoloteando entre las cabezas. Las noches, entonces, se convertían en una orgía de ruidos salvajes y aterradores. Nadie podía dormir.
Llegamos a la costa de Tanganika en un barco mercante de la Compañía y tardamos seis días en remontar el río navegando en una apestosa lancha hasta llegar a Bukinko, una aldea oculta entre la penumbra verde y húmeda de la selva. Allí vivimos, tu madre y yo, seis meses entre miseria y brutalidad. Debes saber que es costumbre en las colonias utilizar el látigo para hacer rendir el mayor esfuerzo en el trabajo de los negros. Un error, le decía yo a mamá: A ver cuándo evolucionan y aprenden las modernas técnicas de explotación: llamar "señor" al esclavo, hacerle votar de vez en cuando y pagarle unas miserables monedas para que consuma los productos que él mismo fabrica. Mano de santo para destruir su dignidad y asegurarse sine die el trabajo del esclavo, sin problemas. Pero no, aún son primitivos: siempre nos daban problemas y el látigo era el único lenguaje.
Todo era desasosiego en Bukinko, hijo mío. Las fiebres y los tam-tam nos afectaban el entendimiento. Tu beata madre, por ejemplo, empezó a tener un comportamiento muy desinhibido con los negros del almacén. Jugaba con ellos con descaro y mostraba ciertas atenciones excesivas con dos de los más fornidos porteadores. Aunque de eso mejor no te voy a hablar a ti, mi inocente criatura.
Un día desaparecieron los fusiles. Mamá y yo nos extrañamos, porque los negros no sabían manejarlos. Se los meterán por el culo, decía mamá. Nunca supimos más de ellos y tampoco escuchamos el sonido de un disparo. Los negros seguían trabajando, siempre silenciosos. Trasladaban los sacos de soja con acostumbrada lentitud. No nos preocupamos ni los echamos de menos. Cazar era difícil bajo esa catedral de hojas que no dejaba pasar apenas un rayo de luz. Teníamos lo que necesitábamos: 10 litros de quinina y trescientas latas de guisantes que nos había proporcionado la Compañía Colonial y que nos deberían alimentar hasta la llegada del próximo barco de vapor, cinco meses después.
Pero pronto desaparecieron también las latas de guisantes. Teníamos hambre y eso aún nos debilitaba más. La selva sólo nos ofrecía putrefacción y las hormigas rojas se habían comido a nuestro perro. Teníamos que alimentarnos o moriríamos, mi pequeño William. Estábamos hambrientos, sí. Muy hambrientos.
Los nativos estaban inquietos. Lo sentíamos en su mirada y en el tono de su incomprensible lengua. Nos miraban con odio, con distancia. Con hambre. Ya era noche cerrada. El silencio se apoderó del viento, el calor era insoportable y el ruido de las bestias ensordecedor...
Y así fue como nos comimos a mamá, hijo mío. Estaba riquísima.
Un libro para el pequeño William: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad
Una película para el pequeño William: Holocausto caníbal, de Ruggero Deodato
Una canción para el pequeño William: William, it was really nothing, de The Smiths
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Cuando la Compañía Colonial de África nos ofreció aquel trabajo, tu madre y yo no dudamos en aceptar la propuesta. Nos fuimos a vivir a esa aldea de negros en medio de la selva para hacernos cargo de un almacén de soja. En sólo dos años podríamos reunir lo suficiente para comprar la granja que siempre quisimos trabajar, en York.
El África Colonial no es buen lugar para las personas, mi pequeño William. Las escasas energías que sobreviven a las fiebres y el paludismo se consumen bajo el sol. Pero es aún peor al atardecer, cuando millones de mosquitos toman posesión del aire, las termitas se adueñan de las cabañas y los murciélagos se lanzan de un lado a otro revoloteando entre las cabezas. Las noches, entonces, se convertían en una orgía de ruidos salvajes y aterradores. Nadie podía dormir.
Llegamos a la costa de Tanganika en un barco mercante de la Compañía y tardamos seis días en remontar el río navegando en una apestosa lancha hasta llegar a Bukinko, una aldea oculta entre la penumbra verde y húmeda de la selva. Allí vivimos, tu madre y yo, seis meses entre miseria y brutalidad. Debes saber que es costumbre en las colonias utilizar el látigo para hacer rendir el mayor esfuerzo en el trabajo de los negros. Un error, le decía yo a mamá: A ver cuándo evolucionan y aprenden las modernas técnicas de explotación: llamar "señor" al esclavo, hacerle votar de vez en cuando y pagarle unas miserables monedas para que consuma los productos que él mismo fabrica. Mano de santo para destruir su dignidad y asegurarse sine die el trabajo del esclavo, sin problemas. Pero no, aún son primitivos: siempre nos daban problemas y el látigo era el único lenguaje.
Todo era desasosiego en Bukinko, hijo mío. Las fiebres y los tam-tam nos afectaban el entendimiento. Tu beata madre, por ejemplo, empezó a tener un comportamiento muy desinhibido con los negros del almacén. Jugaba con ellos con descaro y mostraba ciertas atenciones excesivas con dos de los más fornidos porteadores. Aunque de eso mejor no te voy a hablar a ti, mi inocente criatura.
Un día desaparecieron los fusiles. Mamá y yo nos extrañamos, porque los negros no sabían manejarlos. Se los meterán por el culo, decía mamá. Nunca supimos más de ellos y tampoco escuchamos el sonido de un disparo. Los negros seguían trabajando, siempre silenciosos. Trasladaban los sacos de soja con acostumbrada lentitud. No nos preocupamos ni los echamos de menos. Cazar era difícil bajo esa catedral de hojas que no dejaba pasar apenas un rayo de luz. Teníamos lo que necesitábamos: 10 litros de quinina y trescientas latas de guisantes que nos había proporcionado la Compañía Colonial y que nos deberían alimentar hasta la llegada del próximo barco de vapor, cinco meses después.
Pero pronto desaparecieron también las latas de guisantes. Teníamos hambre y eso aún nos debilitaba más. La selva sólo nos ofrecía putrefacción y las hormigas rojas se habían comido a nuestro perro. Teníamos que alimentarnos o moriríamos, mi pequeño William. Estábamos hambrientos, sí. Muy hambrientos.
Los nativos estaban inquietos. Lo sentíamos en su mirada y en el tono de su incomprensible lengua. Nos miraban con odio, con distancia. Con hambre. Ya era noche cerrada. El silencio se apoderó del viento, el calor era insoportable y el ruido de las bestias ensordecedor...
Y así fue como nos comimos a mamá, hijo mío. Estaba riquísima.
Un libro para el pequeño William: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad
Una película para el pequeño William: Holocausto caníbal, de Ruggero Deodato
Una canción para el pequeño William: William, it was really nothing, de The Smiths
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35 Comments:
Muy bueno, me gustó el relato. Recuérdame que no vaya a Bukinko contigo (al menos sin haber cenado).
Pues lo peor aún está por llegar...
Si yo fuese el papá, cogería al pequeño Will y me iría corriendo antes de que los negros terminen con los solos de tambores y empiecen con los de bajo...
'Madre mía¡ , como has recreado el ambiente.Casí que me ha parecido lógico el final.
Saludos
"Aunque de eso mejor no te voy a hablar a ti, mi inocente criatura..." XD
La beata madre y el final buenísimos. Quisiera repetir.
Saludos!!!
Jajajaja serás...
Una atmósfera inquietante, un desarrollo que va en aumento y una conclusión sádica... quién da más?
Un beso sonriente.
Jejeje
La verdad es que no me dio mucha pena la madre, no se xq... :P
¿Se supone que la madre era la única mujer que había allí o no?
Se me olvidaba:
"A ver cuándo evolucionan y aprenden las modernas técnicas de explotación: llamar "señor" al esclavo, hacerle votar de vez en cuando y pagarle unas miserables monedas para que consuma los productos que él mismo fabrica. Mano de santo para destruir su dignidad y asegurarse sine die el trabajo del esclavo, sin problemas."
Buenísimo.
Joer...
Luego vuelvo, después de releerlo, y te digo alguito.
Joer...
Beso.
Dejando escapar los fantasmas por el jardín y compartiendo amablemente con los lectores...
Hay un fondo amargo en esa historia.
Debe ser que tengo un espíritu más carnavalero: "wana-mi-no... eh?" ;)
Un abrazo
Lagarto por diosssss...me deja usted....sin politicas de conciliación pero muerta(menos mal) de risa.
Besos!
Lagarto por diosssss...me deja usted....sin politicas de conciliación pero muerta(menos mal) de risa.
Besos!
Sonámbula, mujer, pero si allí se cena estupendamente. Yo pongo los guisantes :P
Carrascus, yo, si fuera William, con ese papá no me iría sin antes pillar unos frutos secos, o así. Por si le entra hambre...
Oli, tiene lógica ¿no? Tenían hambre... :P Saludos!
SDUC, me ha gustado esa madre, sí, quizás algún día cuente alguna historia de ella. Gracias y saludos!
Margot, si no hubieran desaparecido los guisantes, sería menos sádico... ¡porque acompañan muy bien la carne, eh! Besos!
Nausicaa, pobre madre. En la selva, con ese calor, esos mosquitos... uno se vuelve muy extraño. Que le pregunten al auténtico coronel Kurtz, si no!
Duschgel, yo creo que sí, que era la única. Ahí, en medio de la selva en el siglo XIX no creo que hubiera mucho ambiente, la verdad. En cuanto a las técnicas del esclavismo, desde luego que la sociedad y las empresas han evolucionado mucho. Todo es más sofisticado y eficiente ;)
Un árbol, vuelve y no te escondas tantooooo. Besazos
Mityu, no pretendía resultar amargo (con el relato digo, no con el guiso del final de la historia...) Me apetecía un poco de humor negro. Disfruta del carnaval gaditano! Un abrazo.
Mi admirada Ana, no se me muera ahora que tiene usted mucho trabajo estos meses. ¡La necesitamos! Besos!
Sólo me preocupa un detalle ¿se comieron a la madre antes de ser madre?
Un relato suculento...
Saludos.
Ya vengo.
Oye... de qué color es exactamente ese niño?
No sé por qué me ha dado por pensar que lo mismo era de color café con leche... ahora que ya no hay TOMATE, habrá que buscar el cotilleo por algún sitio, no?
Que no me escondo... sólo que me dedico a la vida no virtual y tengo poquito tiempo.
Pero te leo "hemorróticamente", te lo juro por la goma de mis bragas.
Besos grandes, cuídate.
¡Pos vaya! ¡Para una tía que hay y se la comen! ¿Será que el sexo va íntimamente ligado a la venganza? :P
Isa, esa vuelta de turca ya me parece excesiva ¿de dónde va a salir el pequeño William si no? Ah, qué hambre a estas horas… :P
Un árbol, el niño es muy británico. La madre ha sufrido una transformación; las fiebres, el calor sofocante, los atributos determinados de la raza autóctona… quién sabe! Pero antes era muy beata, la imagino perfectamente cantando salmos a voz en grito en la capilla de Brazaville, antes de internarse en la selva. Besos, arbolillo, ¡y cuidado con esa goma!
Duschgel, no sólo de coitos vive el hombre, ¡también de pan! :P
Definitivamente , di que sí .Si hay que sacarse de encima un mal rollo , hay que sacarselo.
Con imaginación , un poco de mala leche y mucho de buén humor:-)
Claro que en otra versión , la beata se pone al mando...El estaba pelín más correoso.
¡Más claro que el pan blanco que las tías están más buenas que los tíos! No, si al final tendrá mi abuela razón...
clap,clap,clap...
dejeme ud. que me quite el sombrero, esto no es un relato corto es un microcosmos, donde un o puede notar el calor, la opresión selvática y como crece la tensión linea a linea y el final....
magistral, menuda vuelta de tuerca, felicidades, un abrazo
Mala técnica!...la madre puede tener niños, y comerse los papas a los niños, ya puestos en plan bestia...es que ne estaba acordando del cordero lechal !!!
uyyy Holocausto canibal, que peli no se si la ponían en su época en los cines X..¿puede ser??, yo creo que la vi en video...o fue una sesión doble??
Ay, doctor Lagarto, pero qué historia más truculenta, que no suculenta... Aunque quién sabe, el otro día alguien me dió a leer en las memorias de John Huston cierta anécdota en la que éste sugería haber ejercido de caníbal sin saberlo pero sin excesivo arrepentimiento una vez se enteró. Y es que, según decía, la carne que habían comido, ¡estaba buena!
Aun así, no me tienta la idea. Yo, los bocaditos a la carne humana, sólo suavecitos y sin apretar ;)
Por cierto, doctor Lagarto, entre el post que dedicó a Hannibal Lecter, el de Caperucita, y ahora éste, se nos está poniendo usted muy carnívoro. Hágaselo mirar cuando tenga un ratito, eh?, más que nada por la integridad física de sus pacientes :P
¡Un beso!
Joder! 0_0
Y a los otros cómo no se los devoró la selva?
De no haber sido por algún que otro guiño intermedio, y por la vuelta de tuerca de ultimísima hora, hubiera jurado que había escrito por ti esta entrada el mismísimo J. Conrad.
Pobre beata mamá... en fin...
Un beso :)
Mk, no sé qué pudo pasar ahí, en esa selva, más que lo que le han contado al pequeño William. Quizás la madre estaba más rellenita, y eso acabó por decidirles a comérsela a ella. Quizás el papá de William es mejor negociador… ah, nunca podremos saber lo que allí pasó realmente :P
Duschgel, en eso tienes razón. Y la piel, para hacer los torreznos, ¡tiene menos pelos!
Gracias ex traño, se lo diré a Conrad cuando le vea ¿has leído el Corazón de las Tinieblas? Es lo que me llevó a esa extraña selva, aquel día…
Atikus, tienes razón. Pero luego está lo que dice Duschgel ¡la mujer está más buena! A lo mejor aplicaron la teoría del centollo, en lugar de la del cordero. ¡La centolla siempre es más cara porque es más sabrosa! Yo tengo Holocausto caníbal en dvd, que casi lo regalaban en la fnac el año pasado. La verdad es sólo he podido verla una vez, y a trompicones ¡es tremenda!
Ah, doctora Antífona, conozco la anécdota de Huston al respecto. Quizás algún día hable de ella por aquí, pero por el momento vamos a hacernos más vegetarianos, que tiene usted razón en que nos hemos empachado de carne últimamente por aquí :P Mis pacientes no tienen nada que temer… a no ser que me vean sacar la olla tamaño familiar y, en lugar de señalar el diván mientras les digo “póngase ahí y relájese”, señalo la olla. ¡Que todo puede pasar! ¡Un beso!
Miss Missing ¡esa lengua! :P
Cabellosdefuego, no sé qué habrá sido de los otros. ¡Quizás han montado un restaurante con comida típica de Bukinko! Gracias por pasarte por aquí.
Ay, mandarina… si es que leer a Conrad ¡tiene sus efectos secundarios! Pero merece la pena. Ya lo creo que merece la pena. En cuanto a la pobre beata… no sé, si no hubieran perdido las latas de guisantes, ¡el guiso hubiera quedado más sabroso! :P Un Beso!
Estupendo, a la beata mamá la compartieron con sus admirados fornidos negros o se la comieron en familia ? ..
me ha encantado .
Un beso
Me ha encantado el final, eso es amor ¿o no le decimos a los bebés: "pero qué rico, te comería"?.
Esta historia me ha recordado una clase de ética en la que vimos "Viven" y el profe nos planteó el dilema de si nos comeríamos a un familiar o amigo.
Me has aclarado las (pocas) dudas que tenía.
Un beso devorador.
Churra, yo creo que se la comieron entre todos; sus costillitas, sus solomillos... al niño seguro que le dieron croquetas de mamá. Quizás les duró varios días y todo!
Rubia Lula, me has recordado una escena de Opera Prima, la primera de Trueba. Un tipo intenta ligar con una chica. Comen juntos y la conversación va mostrando que él no tienen nada que hacer, que son muy diferentes en todo, aún así él sigue intentado caerle bien a ella. Es cuando él pide un entrecot poco hecho y le ofrece otro a ella, que responde “No. Soy vegetariana. No comprendo cómo alguien puede matar a los animales para comérselos”. Entonces, él responde “bueno, yo lo hago por amor a los animales. Fagocitar es el acto de amor supremo”. Ah, me hizo mucha gracia :) Bicos carnívoros!
pero si es parte de "viaje al fin de la noche"
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