Un corazón desgarrado
Aquella noche, el teatro de la Scala de Milán albergaba el estreno más esperado del año. El lleno era absoluto.
A las nueve y doce minutos, ciento treinta y seis kilos de soprano asomaron entre las tramoyas, en lo más alto del escenario. A diez metros de altura, la diva extendió los brazos y abrió las manos mientras descendía en éxtasis hasta el centro las tablas, ayudada por un mecanismo de tensores de acero que manipulaban ocho hombres bien fornidos y entrenados.
La puesta en escena era muy arriesgada y el director de la Ópera lo sabía. Era la primera vez que el famoso aria de la celeste Aída iba a ser interpretada de esta manera, tan moderna, tan provocadora, en la burguesa y conservadora Scala de Milán.
La inconmensurable soprano Adriana O’Neill se presentó bajo los focos vestida tan solo con una pesada corona de oro macizo sobre el peinado, y un estrecho cinturón color azafrán que sostenía los arneses que desafiaban la enorme atracción gravitatoria de su planetaria masa corporal. la mujer se desgañitaba en fa sostenido, mientras movía la cabeza en círculos de arrebato, cada vez más amplios, sintiendo profundamente la densidad de aquellas notas que salieron cien años antes de la cabeza despeinada de Giusseppe Verdi.
“¡Ah!, nunca en la tierra se vio un corazón desgarrado por angustias más crueles...”
Antolino Lagarto, que sostenía uno de los tensores atados al arnés de la enorme artista, no pudo contener la emoción ante esas notas altas tan nítidas, tan mágicas. Y soltó así la cadena que ayudaba a mantener a la bien alimentada soprano Adriana O’Neill en todo lo alto, para recoger una furtiva lágrima que asomaba a su rostro emocionado.
Sus compañeros no pudieron aguantar el peso de la grandiosa cantante por más tiempo. Con una aceleración de unos nueve coma ocho metros por segundo, la monumental diva se precipitó en un do de pecho (y qué pecho, señores) sobre el foso de los músicos, sin que éstos, concentrados en las partituras del compositor italiano, pudieran ponerse a salvo. Hierros, maderas, clavos, cuerdas, arcos y timbales volaron con estrépito sobre las primeras filas de la Scala causando una decena de heridos y una muerte; la de la condesa Carpelli, que falleció al ser atravesado su melómano corazón por un auténtico Stradivarius que, en perfecta parábola, acudió veloz a su sensible pecho.
Una canción para la condesa Carpelli: Catch me now I'm falling, de The Kinks
Una película para la condesa Carpelli: Una noche en la Ópera, de Sam Wood
Un libro para la condesa Carpelli: La saga/fuga de J.B., de Torrente Ballester
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A las nueve y doce minutos, ciento treinta y seis kilos de soprano asomaron entre las tramoyas, en lo más alto del escenario. A diez metros de altura, la diva extendió los brazos y abrió las manos mientras descendía en éxtasis hasta el centro las tablas, ayudada por un mecanismo de tensores de acero que manipulaban ocho hombres bien fornidos y entrenados.
La puesta en escena era muy arriesgada y el director de la Ópera lo sabía. Era la primera vez que el famoso aria de la celeste Aída iba a ser interpretada de esta manera, tan moderna, tan provocadora, en la burguesa y conservadora Scala de Milán.
La inconmensurable soprano Adriana O’Neill se presentó bajo los focos vestida tan solo con una pesada corona de oro macizo sobre el peinado, y un estrecho cinturón color azafrán que sostenía los arneses que desafiaban la enorme atracción gravitatoria de su planetaria masa corporal. la mujer se desgañitaba en fa sostenido, mientras movía la cabeza en círculos de arrebato, cada vez más amplios, sintiendo profundamente la densidad de aquellas notas que salieron cien años antes de la cabeza despeinada de Giusseppe Verdi.
“¡Ah!, nunca en la tierra se vio un corazón desgarrado por angustias más crueles...”
Antolino Lagarto, que sostenía uno de los tensores atados al arnés de la enorme artista, no pudo contener la emoción ante esas notas altas tan nítidas, tan mágicas. Y soltó así la cadena que ayudaba a mantener a la bien alimentada soprano Adriana O’Neill en todo lo alto, para recoger una furtiva lágrima que asomaba a su rostro emocionado.
Sus compañeros no pudieron aguantar el peso de la grandiosa cantante por más tiempo. Con una aceleración de unos nueve coma ocho metros por segundo, la monumental diva se precipitó en un do de pecho (y qué pecho, señores) sobre el foso de los músicos, sin que éstos, concentrados en las partituras del compositor italiano, pudieran ponerse a salvo. Hierros, maderas, clavos, cuerdas, arcos y timbales volaron con estrépito sobre las primeras filas de la Scala causando una decena de heridos y una muerte; la de la condesa Carpelli, que falleció al ser atravesado su melómano corazón por un auténtico Stradivarius que, en perfecta parábola, acudió veloz a su sensible pecho.
Una canción para la condesa Carpelli: Catch me now I'm falling, de The Kinks
Una película para la condesa Carpelli: Una noche en la Ópera, de Sam Wood
Un libro para la condesa Carpelli: La saga/fuga de J.B., de Torrente Ballester
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37 Comments:
Bravo, Bravísimo.
Menuda historia, amigo Lagarto. Me ha encantado. Gracias y un saludo.
Yo creo que Verdi habría aplaudido esa muertenvivo por estradivarius.
Saludos!!!
¡Por favor! Necesito saber más.
¿Como se encuentra Adriana O’Neill? ¿Cuál es el estado de los heridos?
¿Y Antolino Lagarto, será sancionado por abandono de su puesto de trabajo?
Y sobre todo ¿En que estado ha quedado el Stradivarius?
Leo compulsivamente la prensa del día, devoro noticiarios, el dial de la radio lo tengo mareado, y no encuentro ninguna reseña sobre tan magno suceso.
¡Por favor! Haz que desaparezca esta terrible congoja que me tiene en un sin vivir.
Necesito saber más. (Tengo el corazón desgarrado)
Solo te doy un beso si me cuentas los detalles (no me importa si son un poco escabrosos)
Que bueno.
Hay emociones que matan .
Besos
Qué bueno el relato, pienso en el pobre Estradivarius y en como acabaría.
Saludos.
Por eso hay que poseer mente fría y alma impasible.
De ser eso posible, claro.
Ni los AC/DC hubiesen hecho algo tan salvaje... lo clásico siempre es una buena elección.
Brisuón, no me dirás que no ha sido muy pasional la cosa ¿eh?
Kurtz, una historia muy visceral, me alegro de que le haya gustado. Un saludo.
SDUC, Verdi era muy pasional, pero me temo que amaba demasiado la Scala como para llenarla de sangres y víscedras, como he hecho yo :P Saludos!
Yo te cuento, Petitapetitesa, yo te cuento. Adriana O’Neill quedó muy impresionada por el suceso y desde entonces tiene un enorme miedo a las alturas. Actualmente, retirada ya del belle canto, dirige una pastelería, sú verdadera pasión. Antolino Lagarto, acusado de negligencia profesional y poca fuerza muscular, consiguió salir de Italia ilegalmente. Se dice, se comenta, que ahora vive en Madrid y escribe en un blog. Pero todo son rumores. El stradivarius fue condenado a tocar un vals de Mendelson durante seis años y un día. Besos!
Churra, claro que las emociones matan. El arte es peligrosisímo. Sobretodo el culinario!
Makiavelo, como le decía Petita, el stradivarius fue encontrado culpable de asesinato. De nada valieron las alegaciones de sus abogados, que pretendían hacer colar en el juicio que el pobre stradivarius no tenía voluntad, que sólo era un instrumento. Ja, como si eso fuera una disculpa! Saludos!
Lo único frío que tengo son los pies en invierno, arcángel. Y con esto del cambio climático, me temo que ya ni eso :)
Carrascus, seguro que recuerdas una película de Brian de Palma del año 74 que se llamaba El fantasma del paraíso, donde alguien moría atravesado por una guitarra eléctrica en un concierto de lo más siniestro.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ah, sí , doctor Lagarto, aún lo recuerdo, qué noche aquella, inolvidable, tanto por la grandiosa puesta en escena de Aída como por los trágicos acontecimientos con los que terminó. Porque yo era íntima amiga de la condesa Carpelli, y estaba sentada a su lado, ya ve. El Stradivarius pudo haber acabado en mi propio pecho. Pero no, la casualidad quiso que fuera a parar al de ella. La casualidad o la poderosa atracción que el pecho de la condesa, tan melómano, tan sensible, debió de ejercer sobre tan delicado y poderoso instrumento. Yo la sostuve entre mis brazos mientras la vida se le escurría por entre las cuerdas de tan precioso violín. Y, ¿sabe?, la propia condesa, ya apenas con un hilo de voz, pudo decir, antes de abandonarnos para siempre, que no había muerte más digna para ella, que morir atravesada por un Stradivarius era un privilegio y una suerte para una devota de la música como ella. Murió con una sonrisa en los labios, de eso doy fe.
Así que, tal vez, en algún remoto más allá, la condesa le esté infinitamente agradecida a Antolino Lagarto, por haber sido el artífice involuntario de tan inusual muerte, también precisamente a causa de su pasión por la música. Antolino y su furtiva lágrima. Hay emociones que matan, sí, pero ¡qué bien y qué musicalmente matan algunas!
Descanse en paz
;)
¡Un beso, doctor!
AHHHHHHHHHHHHH, CATCH ME NOW, I´M FALLINGGGGGGGGGGGGGGGGGG¡¡¡¡¡¡¡¡ QUÉ BUENA, Y QUE APROPIADA¡¡¡
Bueno, la verdad es que ya sabes que la delirium se lo crée todo, y lo ha pasado mal leyendo la historia.. aunque al final te haya visto en todo tu explendor humorístico y haya respirado. Esa canción es muy buena, ahora mismo me viene al pelo... estoy buscando alguien a quien cantársela, ya te contaré, a ver si mi relato tiene mejor final que el tuyo, por cierto, reñido con Asimov, en el apartado de ficciones a concurso... delirante, y muy bien escrita¡¡¡
Un besazo, lagartijo, te has portáo¡
Recuerdo como el gran poeta Adolfus Mantira Do compuso unos versos en su honor: "Armoniosa muerte que llegó de la nada".
un final de tragedia griega. No quiero imaginar a los sucesores de la condesa pleiteando por ver a quien le correspondía heredar el Stradivarius...
Vaya, doctora Antígona. Así que usted estaba allí, entre las carísimas primeras filas. Qué manera de morir la de la condesa ¿verdad? ¡qué irse! ¡qué apagarse! Aún reucuerdo cómo, al final de su elegante agonía, el público que todavía conservaba las manos arrancaba en un aplauso espontáneo ante tanta belleza. Una noche estupenda, ya lo creo.
Y usted allí, al lado de la muerte, temeraria. Oh, que cerca estamos de nuestro destino, los ríos, la mar y esos señoríos con los que usted se relaciona socialmente. Me alegro de que el arte no le alcanzara el pecho aquella noche, doctora.
Un beso, doctora Antígona
Tremends, me gusta esa canción, aunque siempre pensé que algo de “plagio” rollingstoniano tiene ¿eh? Pero está muy bien, sí. En cualquier caso, ten cuidado a ver a quién se la cantas. Que los hombres-red no llevan carnet y a veces os confundís. Besos lascivos!
Ah, Sintagma ¡el gran Adolfus, sí! Bueno, ya sabes que siempre se rumoreó que era amante de la inmensa Adriana O’Neill, eh!
Esa del blog, ¿puedo llamarla ésta del blog? Así, con más cercanía. La verdad es que años más tarde, el hijo de la condesa se casó con una imponente señora que no tenía afición alguna a la música. En cambio, se desvivía por la pintura cubista. A nadie le extrañó cuando apareció el cadáver del joven conde Carpelli atravesado por un pincel en pleno corazón. Cosas de familia
Me encantó el final, lagartillo. Bueno, toda la historia. Pero me zambullo en esas últimas frases y nado feliz entre sus palabras: "..que falleció al ser atravesado su melómano corazón por un auténtico Estradivarius que, en perfecta parábola, acudió veloz a su sensible pecho." Divino, como las óperas. Me crié escuchándolas con mi padre...
Muchos besos, mon lézard.
Ja,ja,ja,ja
Creo que el auditorio no preveía ese final...la emoción fue "in crescendo"
hasta toparse el Stradivarius con el pobre corazón de la condesa Carpelli.
Qué pena, a la bajada del telón no habría la posibilidad del largo saludo coronado de aplausos!
Otra vez será.
Saludos:)
Has dicho: "vestida tan solo con una pesada corona de oro macizo sobre el peinado, y un estrecho cinturón color azafrán que sostenía los arneses..."
¿Es que además era una Aida porno?
De todas formas, no se puede pedir una muerte mejor: atravesada por un Stradivarius.
Besos (todavía) conmocinados.
Ufff qué susto!!!!
Pero es que se nos olvida muy a menudo, la ley de la gravedad puede ser tan grave a veces!!!!
Y esas parábolas maliciosas y no obstante cantarinas... ays, una muerte como pocas.
Beso, señor Lagarto. Mis condolencias a la orquesta, no así a su imaginación.
yo cuando voy a la ópera ..que voy muuuy poquito siempre me acuerdo de los Marx y me entran ganas de gritar algo de pipas, caramelos!! en medio de la actuación, o comentarle algo a la señora fina de la fila de abajo a grito pelado...o llegar en carruaje de caballos y estar dando vueltas hasta que termine todo jaja!!!...no se porque, estaré enfermo!!
yo cuando voy a la ópera ..que voy muuuy poquito siempre me acuerdo de los Marx y me entran ganas de gritar algo de pipas, caramelos!! en medio de la actuación, o comentarle algo a la señora fina de la fila de abajo a grito pelado...o llegar en carruaje de caballos y estar dando vueltas hasta que termine todo jaja!!!...no se porque, estaré enfermo!!
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El caso es que miré (no puedo decir ví) esa peli hace muy poco; mi hija tiene una fantástica colección de cine musical y no sé por qué un día tenía puesta ésa. Yo la recordaba un poco y me interesé en ella... pero me desinteresé en seguida. La peli es mala de cojones. Recuerdo al final un concierto estrafalarios con muertes y todo eso, pero no recuerdo el atravesamiento guitarrero, sorry.
Es una pena que esto que nos cuenta en el post ocurriese en Milán. Si hubiese sido unos kilómetros más allá, en Venecia, seguramente Donna Leon nos hubiese obsequiado con otra fantástica novela de Guido Brunetti como aquella en la que resuelve el asesinato en la representación de "La Traviata"...
Claro que aquí, todo parecía muy claro... a menos que Antolino Lagarto no llorase de emoción, sino del recuerdo de algún despecho escondido, y soltase la cadena queriendo...
Me has hecho reír con tu sopranísima.
Saludos y gracias por la sonrisa.
No se puede trabajar en la opera si tienes un corazon tan tierno, ese es el final irremediable!
Muy buena historia! y todavía mejor la continuación, muy coherente.
Besos, te sigo.
Creo que voy a editar ese final y quitar la “e” del violín, que me parece que va con s líquida, y me está estropeando el relato ;) Me alegro enormemente de que ningún final de ópera que haya usted vivido, la cosa acabara como con mi representación de Aida. Muchos besos, madame!
Desde luego, Sibila; no hubo saludo final sino ambulancias y ruido de sirenas. El arte, ya lo sabemos todos, es irrepetible. Saludos!
Efectivamente, Lula. Aída salía desnuda. No he querido hablar de las erecciones que provocó su aparición entre el público, por pudor y tal. Pero hubo, eh. Incluso se rumoreaba por todo Milán que la condesa Carpelli no vio venir el stradivarius por estar excesivamente concentrada en la contemplación de las curvas enormes de Adriana O’Neill ;) Bicos!
Margot, desde que ocurrió aquel accidente en la Scala no he vuelto a jugar con arneses y mujeres desnudas, no :P Besos
Atikus, me temo que el ambiente de la Scala es menos entretenido que aquella película de los hermanos Marx. La verdad es que todo el ambiente de la ciudad entera de Milán es muy poco entretenido. Qué diferencia con Roma! Saludos!
Gracias, goloviarte. Yo también estoy abierto a cualquier tipo de publicidad. Mis tarifas son de un millón de euros por marca que promociono. Si encuentras alguna empresa interesada, ¡no dudes en decírmelo!
Carrascus, no la recordaba por buena (que no lo es), sino por esa escena gótica en que los músicos siegan al público con sus instrumentos. Una película tan adolescente como prescindible, a pesar de ser de Brian de Palma. Venecia es una ciudad inquietante, quizás algún día escriba sobre ella.
Isa, me alegro de que te guste. Si algún día vas a la ópera y ves que la cosa empieza así ¡ponte a cubierto! Saludos
Nausicaa, se presta mucho a las furtivas lágrimas, sí. Que se lo pregunten a Donizetti, si no. Los corazones tiernos son más productivos en las oficinas cuadradas repletas de teléfonos y ordenadores. Allí no hay peligro alguno!
Gracias, Princesa. Si pasa por la pastelería de O’Neill, salúdela de mi parte. Pero no le recuerdes el suceso; ella es tan sensible... Besos
Un Stradivariucidio?...hay que ver lo que llega a pasar ...
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