Excombatidos

Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez, es una obra de teatro que se desarrolla entre los días previos al comienzo de la Guerra Civil Española y la caída de Madrid en manos de las tropas nacionales. Al final de la obra, cuando las tropas fascistas están entrando en Madrid, un preocupado Don Luis necesita hablar con su hijo Luisito:
DON LUIS: Oye, Luis… yo… yo quería decirte una cosa ¿sabes?... es posible que me detengan.
LUISITO: ¿Pero por qué, papá? Tú nunca te has metido en política
DON LUIS: Pues mira, no lo sé. Pero están deteniendo a muchos.
(...)
LUISITO: ¡Y mamá que estaba tan contenta porque había llegado la paz!
DON LUIS: Es que no ha llegado la paz, Luis. Ha llegado la victoria. Sabe Dios cuándo habrá otro verano.
Cuando yo era apenas un niño de siete años, mi abuelo T agonizaba en casa, allá por 1974. Los niños pasábamos cada mañana a darle un beso y salíamos corriendo de la habitación por orden superior.
Recuerdo cómo respiraba, con un esfuerzo agotador, los ojos cerrados.
En uno de esos momentos de visita fugaz escuché nítidamente al abuelo decir entre suspiros “Lo que más me jode es irme antes que él. No perdono, decidle al cura que no perdono. Que se vaya, porque no voy a perdonar”. Me extrañó ver el asomo de sonrisa en mi madre y mis tíos en ese momento tan dramático.
A la mañana siguiente mi primo y yo despertamos y saltamos en la cama como cada día. Cuando abrimos la puerta de la habitación para reclamar el desayuno a los mayores no había nadie en la casa. El abuelo había muerto.
Algunos años después me enteré de que aquella anécdota que pasó al acerbo cultural de la familia se refería al imperdonable Generalísimo Franco, que murió unos pocos meses después. Mi abuelo nunca perdonó al dictador sanguinario que le condenara a muerte hasta cuatro veces (de las que cuatro veces se libró con aventuras que dan para un libro), ni el éxodo a París de sus hermanos, ni el fusilamiento de algunos de sus amigos.
Treinta y tres años después de la muerte del dictador (la mayor parte de) la sociedad española se ha reconciliado consigo misma gracias a la voluntad de convivencia y la determinación de algunos (pocos) políticos de izquierda, como Guerra y Carillo, y de derecha, como Suárez y Abril Martorell, que son ya patrimonio de la concordia de todos. Pero, treinta y tres años después, España aún no se ha reconciliado con su historia.
Porque yo tampoco perdono al dictador ni a quienes le apoyaron. Porque me da vergüenza ver que, mientras el Museo de Historia de Berlín cataloga un busto del general Franco en la sección del horror nazi, en este país aún queden estatuas ecuestres del dictador.

Y no entiendo a quienes no quieren entender por qué algunos demandamos las exhumaciones de miles de asesinados por el ejército rebelde y los falangistas que aún permanecen tirados en las cunetas.
Es cierto que asesinos había en ambos bandos en esos tiempos de odio y locura en toda Europa. Pero abandonados en las cunetas sólo están, como le gustaba llamarse a sí mismo mi abuelo T, los excombatidos. Es sólo por eso que se ha convertido en una causa republicana. Pero en realidad es la causa de todos los que defienden la paz por encima de la victoria.
¿Cuándo podremos decirle a Don Luis que ya ha llegado un nuevo verano?
Summertime, child
the living is easy
Un libro para Luisito: Franco, de Paul Preston
Una película para Luisito: La lengua de las mariposas, de José Luis Cuerda
Una canción para Luisito: The healing has begun, de Van Morrison
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