miércoles, agosto 29, 2007

One, two… one, two, three, four!

Trataba de encontrar el camino a casa

pero sólo escuchaba ruido de fondo

emitido desde algún satélite,

cruzando la última y solitaria Noche Americana.

Esta es la radio de ninguna parte ¿queda alguien vivo ahí fuera?

Esta es la radio de ninguna parte ¿queda alguien vivo ahí fuera?



Vuelve la magia .

A finales de noviembre comulgaremos de nuevo. De nuevo escupiremos sobre las malas tierras; otra vez pediremos que nos den todo o nada; arreglaremos una vez más una cita en Atlantic City; nos volveremos a esconder en los callejones donde los hombres se dan cuenta de que sólo son extraños en un parque; otra vez echaremos la culpa del amor a la noche; volveremos a decirle adiós a Bobby Jean; le pediremos de nuevo a ella que camine con nosotros sobre el alambre y la miraremos preguntándonos una vez más si es ella o un maravilloso disfraz; entraremos en la conocida habitación de Candy; bailaremos en la oscuridad del borde de la ciudad; maldeciremos a los poetas que miran para otro lado; volveremos a creer en la tierra prometida; escucharemos el portazo de la cerca de Mary y veremos su vestido ondear. Permaneceremos hambrientos, duros, vivos. Y lo demostraremos toda la noche.





Un libro para los que aún están vivos: En el camino, de Jack Kerouac
Una película para los que aún están vivos: Blade Runner, de Ridley Scott
Una canción para los que aún están vivos: Radio Nowhere, de Bruce Springsteen

sábado, agosto 25, 2007

Acrimonias II

Desde mi muy subjetivo punto de vista, el peor verso escrito jamás en toda la historia del pop rock español es el siguiente:


No hay marcha en Nueva York /
Y los jamones son de York /


Para mí, ha pasado al podio de las rimas nefastas arrebatando el puesto al que inventó la rima noche/coche. Bestial. Al lado de “no hay marcha en Nueva York y los jamones son de York”, momentos estelares de la vergüenza ajena como “dale a tu cuerpo alegría Macarena” parecen poesías de Benedetti.

Note el lector la absoluta falta de vergüenza ajena, la ausencia total de la más mínima autocensura a la hora de rimar una palabra con ella misma. Qué ingenio. Qué magma creativo. Qué capacidad de arañar las más esquivas áreas del alma. Es como ver a Dios, pero con hombreras y cara de pijo. Qué éxtasis emocional. E intelectual, ya puestos, por qué no.

El poeta que escribió esto (¡Tiembla Rilke! ¡Búscate un empleo Shelley! ¡Hasta la vista Baudelaire!) es José María Cano. Y el grupo que lo perpetró, Mecano. Este disco fue record de ventas en España y, dicen, marcó una generación. ¡Tócate los cojones! (ejem)

Yo, ante estas cosas, no sé dónde meterme. Si cortarme las venas o dejármelas largas. Pero eso sí, me entra una risa nerviosa que, como me la vea un médico, me internan con Leopoldo Panero. Desde luego, estos chicos tienen canciones más elaboradas, versos bastante más trabajados en otras canciones… ¿pero no podrían cortarse un poquito ante este despropósito? ¿Pero qué drogas tomaron aquel día? ¿Por qué no les detuvo la Guardia Civil mientras lo grababan, por acoso psicológico a la nación?

Imagino ese momento de éxtasis total en que las más grandes musas abordaron y penetraron al autor hasta hacerle eyacular esos versos. Imagino a Jose María Cano comiendo un bocata en el recreo del estudio de grabación. Imagino a un técnico gorrón que aparece y le pregunta “¿es de jamón?” y Cano responde, ya entrando en éxtasis, “sí, pero de york”. Imagino al autor andando en círculos, falto de respiración, con el ansia creativa desbordada pensando “york... york.... york... ¡¡Nueva York!!” Puede que hasta se le atragantara el píloro en tan místico trance. Quién sabe.

El autor, con esta rima tan perfecta, tan intuitiva, tan desgarrada, parece querer arrastrarnos por un neonihilismo atávico a la par que metafísico, ¡¡bifrontista, incluso!! En un par de líneas consiguen mostrarnos el desorden interno de nuestra efímera existencia, banal y fútil, absurda en sí y para sí que bla, bla, bla… En fin, mientras Mecano llegaba a Nueva York para caer en ese ridículo tedio consumista naif, otros, por la misma época, gracias a Dios, sí encontraban el sitio de su recreo:

Donde nos llevó la imaginación,
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos.

Donde se creó la primera luz
y germinó la semilla del cielo azul.
Volveré a ese lugar donde nací

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo.
De nieve, huracán y abismos,
el sitio de mi recreo

Viento, que en su murmullo parece hablar,
mueve el mundo y con gracia le ves bailar.
Y con él, el escenario de mi hogar.

Mar bandeja de plata, mar infernal
es un temperamento natural.
Poco o nada cuesta ser uno más.

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo.
De nieve huracán y abismos
el sitio de mi recreo.

Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura.
Hay nieve, hay fuego, hay deseos
allí donde me recreo.



Una película para dar aliento a la locura: El desencanto, de Jaime Chávarri

Un libro para dar aliento a la locura: El ruido y la furia, de William Faulkner

Una canción para dar aliento a la locura: Romeo and Juliet, de Dire Straits

lunes, agosto 20, 2007

De leyes, brazos y justicias

El personaje Roy Bean, de la grandísima película de John Huston El juez de la horca , solía confundir en sus discursos de ahorcamiento de reos la expresión “la justicia es el brazo derecho de la ley” con la de “la ley es el brazo derecho de la justicia”. El juez Bean nunca sabía cuál de las dos sentencias era la correcta. Tengo que confesar que yo tampoco.

Las leyes son nefastas de por sí, aunque la naturaleza humana (o su condición social, que es lo mismo, lo siento amigo Rousseau ) exige que existan. Y esto lo sabían bien los griegos; en Atenas, Aristóteles propuso en su Graphe Paranomon que se castigara con penas muy severas a aquél que forzara a la polis a tener que dictar una nueva ley. Obligar a la sociedad a legislar era uno de los más graves delitos que se podían cometer contra el Estado. “Dictar una ley es contaminar el mundo con una regla más y es necesario hacer pagar al responsable”.



En Esparta iban incluso un paso más allá. El legislador Licurgo castigaba al reo, no por el hecho moral de haber cometido un delito, sino por forzar a la sociedad a tener que pillarle y juzgarle.

The Times publicó hace poco un artículo muy interesante con lo que ellos consideraban las “25 leyes más absurdas vigentes”. Entre ellas figura una muy curiosa que rige en el estado de Kentucky (donde los pollos, sí): Es ilegal llevar armas ocultas que excedan de los dos metros de largo.

Esta ley no me afecta personalmente, ya que no tengo la costumbre de ocultar entre mi ropa armas de más de dos metros de longitud. Y menos en el estado de Kentucky. Así que no debería preocuparme mucho la cosa. Creo que hoy dormiré tranquilo, sabiendo que soy una persona (casi) legal en (casi) todo lo que hago.

A.G. es un médico en un gran hospital público. Su mujer se la pegaba con otro médico del mismo hospital. Decidieron separarse. Ella, obviamente, se quedó con el piso, los hijos los bienes y la mitad del sueldo del médico. Pronto, su amante se fue a vivir a la casa que aún está pagando A.G., quien lógicamente no tiene dónde caerse muerto. El otro día, el amante, en el hospital, le recriminó al exmarido que arreglara de una vez las cañerías de la casa, que no se podía vivir así, en esas condiciones. Y es que tanto la Ley -que es el brazo derecho de la justicia- como la justicia -que es el brazo derecho de la Ley-, están de parte del amante. Por supuesto.





Una película para los amantes de la Ley: La ley del deseo, de Pedro Almodovar

Una canción para los amantes de la Ley: Rain dogs, de Tom Waits

Un libro para los amantes de la ley: El orden del discurso, de Michel Foucault

miércoles, agosto 15, 2007

the spy in the house of love

Soy el espía en la casa del amor
Conozco el sueño que estás soñando
Conozco la palabra que estás deseando escuchar
Conozco tu más profundo y secreto miedo
Soy el espía en la casa del amor
Conozco todo
Todo lo que haces
Todos los sitios a los que vas
Todas las personas que conoces
Soy el espía en la casa del amor
Puedo ver
Lo que haces
Y lo sé


(Jim Morrison, 1970)


Para mí, eso de "la casa del amor" siempre tuvo un significado muy obvio y agradable.



Jim Morrison siempre conseguía resultar inquietante. En 1966 conoció a Ray Manzanek, con quien formaría la banda The Doors, y cinco años después ya estaba muerto dejando atrás una de las leyendas más intensas de la historia de la música del siglo XX. Resulta paradójico que, impotente como era -consecuencia de sus excesos con las drogas-, pasara a ser uno de los mitos sexuales de mayor calibre conocidos. Pero, al fin y al cabo, ¿desde cuándo el arte debe rebajarse a la realidad más vulgar para reafirmarse?

Jim no era el mejor poeta, no era el mejor bluesman. Pero nadie tuvo la magia embaucadora que tenía él: El Rey Lagarto, el espía en la casa del amor. Sus conciertos eran un akelarre en el que Jim ejercía de chamán, donde el público prendía hogueras y las chicas subían desnudas al escenario, donde la banda tocaba extasiada y Morrison inquiría a su público ¿qué vais a hacer al respecto? ¿qué vais a hacer al respecto?

Hay cosas conocidas y existen cosas desconocidas. Y en medio están las puertas (the Doors).

Acabo de leer por ahí que su tumba en Pere Lechaise es la cuarta atracción turística en París por número de visitas. Qué locura. Yo también fui a visitarle. Claro.




Un libro para Jim: Poesías y otros textos, de Arthur Rimbaud

Una canción para Jim: Sympathy for the devil, de Rolling Stones

Una película para Jim: Al final de la escapada, de Jean Luc Godard

sábado, agosto 11, 2007

Can’t explain

Las palabras nos oprimen. Son cárceles formales donde encerramos emociones e ideas que las sobrepasan. Podemos decir “te quiero” a seis personas distintas, pero no las amamos a todas ellas de la misma manera. Podemos decir que nos ha emocionado la muerte de un familiar, pero no podemos expresar el vacío existencialista que a partir de ese mismo instante tendrá la palabra “muerte” para nosotros.

La lengua nos limita a la experiencia de otros, anteriores y desconocidos, que inventaron cada uno de esos (estos) formalismos. En realidad, todas las palabras ¡todas! Son metáforas, imágenes torcidas de cosas que no podemos “realmente” expresar.

Las palabras son el farol, tenue, que ilumina la esquina de la calle donde el borracho busca sus llaves. La trampa.

Thomas Mann lo cuenta mejor:

“Sólo en los polos del contacto humano, allí donde no existe la palabra o bien donde ya no reina la palabra, es decir, en la mirada y en el abrazo, se halla propiamente la felicidad –pues sólo allí hay libertad incondicional, intimidad y falta absoluta de respeto humano-. Todo lo que en materia de contactos humanos se haya entre estos dos polos es débil e insípido; es algo determinado, condicional y limitado por las convenciones sociales. Allí reina la palabra, esa tremenda representante de lo ordinario y habitual, ese fino y opaco medio en el que se engendró antes que en ningún otro la sumisa y mediocre moral.”

(Thomas Mann, Confesiones del estafador Felix Krull)



He comprado un home cinema, por fin. Algo había que hacer con lo que queda de la paga extra después de todos los compromisos de robo a los que legalmente me he comprometido. Tras el rito, algo ridículo, de distribuir los altavoces, he subido casi tres cuartos el volumen y lo he probado con un concierto de Bruce Springsteen grabado en 2002 en Barcelona, concretamente con la optimista Waiting on a sunny day. Joder, qué sonido; es como estar allí en medio. La música es un lenguaje muy superior al de las palabras. Ya lo creo.



Un libro para Felix Krull: Por qué filosofía, de Xavier Rubert de Ventós

Una canción para Felix Krull: Can’t explain, de The Who

Una película para Felix Krull: The boxer, de Jim Sheridan

viernes, agosto 03, 2007

Sé que fuiste tú, Fredo

Cuando Francis F. Coppola y Mario Puzo preparaban el guión del Padrino II (puede que sea la mejor película jamás rodada, según dicen algunos expertos, mi amado Kubrick incluido) llegaron a emocionarse tanto con la historia y con sus personajes que empezaron, de alguna manera, a quedar fagocitados emocionalmente por su propia historia. Así, ante la traición de Fredo a su hermano Michael, Coppola deseaba que Michael lo matara en ese mismo momento, sin más. En cambio Puzo no podía hacerlo ¡se trataba de su propio hermano, el hijo de su madre! Al final ambos llegaron a un acuerdo, una solución de compromiso: “Está bien, no lo mataremos mientras viva mamá. ¡Pero luego este traidor se va a cagar!”

Fredo Corleone ( John_Cazale , una de las biografías cinematográficas más cortas y más buenas de la historia del cine) era un buen chico. Era el hijo mayor de Vito Corleone, pero siempre fue más débil que sus hermanos. Intentaba hacer bien las cosas, sí. Pero no tenía la frialdad de Michael, ni el arrojo de Sonny, ni la inteligencia de Tom. Y ni siquiera pudo evitar que tirotearan a su padre cuando era él quien le protegía.




Intentó ser útil, pasar por un hombre inteligente y decidido, alguien digno de su apellido Corleone. Pero Tom y Michael, aunque le amaban, nunca quisieron darle grandes responsabilidades. Le utilizaban de chófer, de acompañante de visitas o de subdirector en algún casino de Las Vegas. Nada importante, nada que pudiera afectar a la Familia.

Pero Fredo quería más. Quería respeto. Era el hermano mayor y quería respeto. Creía ser listo y no tonto, como pensaban los demás. Y tomo alguna decisión por su cuenta...

Cuando Michael comprendió que el traidor que había abierto su casa a los asesinos fue su propio hermano Fredo, su corazón quedó destrozado. Para siempre.




Y cuando la madre de Michael murió, Fredo, como no podía ser de otra manera, fue a servir de comida a los peces en el fondo de un frío lago en Nevada.

Dar la orden fue algo sencillo para Michael. Nada más morir mamá, abraza a Fredo y dirige la mirada a su sicario, apoyado en una lejana pared. Una mirada de Pacino vale más que muchas carreras cinematográficas. Y, desde luego, tiene más consecuencias.






Siempre me ha interesado el personaje de Fredo, es básico en esta historia tan fascinante, tan humana, sobre el poder y el destino. Además, la escena del beso de Michael mientras le dice eso de “Sé que fuiste tú. Me rompiste el corazón” me parece puro Shakespeare. Brutal. Inigualable. Por eso me hizo ilusión ver que había un tarado como yo por la red que había montado un youtube con toda la historia de la traición de Fredo, que en la película se dilata en seis o siete escenas diferentes a lo largo de las casi tres horas de película.





Michael, en su ancianidad (tercera parte de la trilogía), se arrepiente de todo lo que ha tenido que hacer en su vida para proteger a la Familia, arrastrado por un destino que nunca quiso aceptar. Intenta regenerarse, vender todos los turbios negocios y donar los beneficios a la Iglesia. Quiere purificarse... pero no puede olvidar a Fredo.

La condición humana ante el Destino y el Poder, sí. De eso trata El Padrino, más que de una historia de la Mafia. Es más, si sustituyéramos la palabra “Familia/Mafia” por la de “país” o “empresa”, sus diálogos podrían valer para cualquier cosa.

“¿Es irresponsable abandonar un proyecto que puede ser clave para mi país porque choca con mi capacidad de admitir unos principios que no comparto? ¿O es aún más irresponsable saltar por encima de los escrúpulos morales en aras de la eficacia de un proyecto que puede beneficiar a la sociedad a la que me dirijo? Éste es el dilema inevitable en la acción pública, es la dualidad ética-política que coloca al dirigente que tenga conciencia y sensibilidad ante un precipicio por el que en todo caso se precipitará”

(Cuando el tiempo nos alcanza, Alfonso Guerra)

Interesante, ¿verdad? Ah, el Padrino... qué maravilla ¿a que apetece volver a verla?





un libro para Fredo: Rojo y Negro, de Stendhal

una película para Fredo: Donnie Brasco, de Mike Newell

una canción para Fredo: All apologies, de Nirvana