jueves, septiembre 25, 2008

No hay maná del Paraíso, nadie convierte en vino nuestra sangre

Me temo que voy a contar otro rollo muy aburrido. Así que tendré que volver a poner un desnudo, para amenizar la lectura, como hace el periodismo serio (Playboy, Penthouse, etc). Eso sí, como tuve tantas críticas por sexismo en la última ocasión, he decidido poner un desnudo mixto. Allá va.




Wall Street se desmorona como lo hizo en su día el muro de Berlín. El sistema ultraliberal ha fracasado estrepitosamente, provocando casi la ruina de todo el sistema financiero. Bancos que sobrevivieron a dos guerras mundiales no han podido sobrevivir a la avaricia de unos pocos centenares de pijos a los que la administración neocon norteamericana les dio el “todo vale” y les permitió ejercer sin control toda su incompetencia y ambición psicópata en el más corto plazo.

La inmoralidad sucia y decadente de estos centenares de pijos se ha impuesto sobre cualquier modelo económico discutible. Adam Smith, a quien ellos creen erróneamente su mentor, hubiera defecado sobre ellos sin el menor escrúpulo.

Para que nos hagamos una idea. La labor profesional de estos pijos le cuesta al Tesoro americano un billón de dólares. Esto supone, más o menos, que cada familia americana debe ahora al Estado unos 10.000 dólares más, que serán destinados a cubrir los agujeros que estos pijos multimillonarios han dejado impunemente en el sistema financiero norteamericano. Esto es, en el sistema financiero mundial.

Para que nos hagamos más idea. Según la prensa , los altos ejecutivos de los cinco bancos más importantes de Estados Unidos (todos ellos ya desaparecidos o en proceso de venta, gracias a su pésima gestión) se han llevado crudos 66.000 millones de dólares en bonus sólo durante el último año; un bonus por haber hecho bien su trabajo, que ha sido, en definitiva, quebrar el sistema financiero mundial.

El consejero delegado de AIG, no sólo no ha sido encarcelado por provocar con su ambición incompetente la quiebra de su empresa y los consecuentes despidos masivos, sino que cobró 68 millones de dólares por ello . Esto no es nada, el penúltimo CEO del banco en proceso de quiebra Merrill Lynch se llevó 160 millones de dólares tras aceptar unas pérdidas por mala gestión de unos 2.400 millones de dólares.

El New York Times -que no es precisamente un periódico anarquista o trostkista- publicó hace poco que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el 10% de los ejecutivos mejor pagados del país cobraban unas 70 veces la media del sueldo de sus trabajadores. A alguno le puede parecer demasiado escandaloso, tanta diferencia. Bien, pues en 2004 la remuneración de ese 10% ya era 350 veces superior a la media del sueldo de sus trabajadores. A estos centenares de pijos, por lo visto, no les pareció suficiente esta valoración de su “productividad laboral” y buscaron más dinero: inflaron los ingresos hipotecarios y se distribuyeron como bonos y fondos con coberturas de derivados entre ellos mismos.



Bien. pues en medio de este vertedero moral, la Presidenta de la Comunidad de Madrid sale de las hediondas heces del ultraliberalismo financiero para proponer privatizar parcialmente el agua de Madrid. Pretende colocar en Bolsa el 49% de la compañía y ceder así la parte alícuota de los beneficios y de los puestos en el Consejo de Administración a los representantes de esos pijos que tanto, tanto dinero nos deben a los ciudadanos.

El argumento de la señora Aguirre es el siguiente: el sistema de aguas madrileño tendrá financiación sin coste para los ciudadanos gracias a la venta de estas acciones. Además, dice, supone dar esta empresa a los madrileños, ya que deja de ser propiedad de la Comunidad de Madrid para ser propiedad de los ciudadanos.

Esta es la gran falacia sucia e inmoral del ultraliberalismo que pretende pasar por pensamiento único:

Uno. Ningún banco inversor acudirá a esa oferta de acciones si no ve una rentabilidad en su compra. Por esta obvia razón, el precio de venta de las acciones tiene que ser necesariamente inferior a la rentabilidad que un inversor puede obtener de ellas, por dividendos y revalorización bursátil. Esto es, la CAM venderá las acciones a un precio menor de lo que valen los activos, las inversiones que harán serán inferiores al dinero que se llevarán a sus bolsillos. A este robo a los ciudadanos los economistas neoliberales lo llaman “prima de emisión”.

Dos. Estas acciones, que quieren vender, no dejan de ser propiedad de la Comunidad de Madrid para ser propiedad de los ciudadanos. Es exactamente al revés. Una propiedad pública de todos los madrileños deja de ser pública de todos los madrileños para pasar a ser propiedad de esos pijos de los que antes hablábamos, que, dada la globalización financiera brutal existente, ni siquiera serán madrileños, sino británicos, norteamericanos, holandeses…

¿Y qué cree usted, lector, que van a buscar estos bancos extranjeros (y a su vez cotizados en Bolsa) con su inversión en la empresa suministradora de agua en Madrid?

a) Lo hacen por altruismo, para que los madrileños no nos preocupemos nunca más del suministro y tengamos el mejor servicio y completamente gratuito.

b) Si los expertos millonarios invierten, es porque será más rentable para ellos que otras alternativas que ya existen en el mercado financiero para su dinero. Alternativas que, como hemos visto, les permiten ya ganar 350 veces más que los trabajadores del Canal.


Ain't no mercy on the streets of this town
Ain't no bread from heavenly skies

Ain't nobody drawin' wine from this blood

It's just you and me tonight




Una película para la presidenta Aguirre: Atraco a las tres, de Pedro Masó

Una canción para la presidenta Aguirre: Human Touch, de Bruce Springsteen

Un libro para la presidenta Aguirre: Teoría de los sentimientos morales, de Adam Smith

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lunes, septiembre 22, 2008

Somos feos, pero tenemos la música


La estadística nos dejó fuera de los normales, allá ellos. Esta cicatriz que surca orgullosa mi cara me la gané a pulso una noche helada en los muelles del Sena. Pero la mujer que provocó la pendencia merecía la pena. Esas largas piernas que abrazaron mi cintura iluminaban más que el farol en las que se apoyaban, coquetas y quietas, cuando la conocí. Y además, amigo mío, ya sabe usted que es más fácil matar que morir.

¿Qué es lo nuestro, señor Lagarto? ¿Locura o maldad? Da igual. En cualquier caso no somos como ellos, por eso nos tienen miedo. Los que estamos abajo no podemos cambiar las cosas, sólo aceptarlas o escupir sobre ellas. Y yo canto, ya ve, a unos ojos oscuros como el olvido, a unos labios apretados como el rencor. Con lagrimones, con rumor de olas o con el vuelo de un gorrión sentimental. Le traeré la brisa, o la poesía, o una mujer de lujo vestida de negro. Lo que quiera usted, pero no olvide poner en la gorra un puñado de francos si quiere que el triste sonido del acordeón acompañe la quimera de ese amor.

Tenemos la música, que le entregaremos como un cadáver a la tierra, como el último puñado de monedas en la timba, como una navaja plateada en el vientre de una mentira. Toda para usted.

Esta noche le cantaremos al pobre que quiere ser rico, al rico que quiere ser Rey. Y a los pobres reyes, que nunca están satisfechos con lo que tienen. Y cuando terminemos, nos arreglaremos el ala del sombrero y cerraremos la puerta de los sueños. Dejaremos los rumores de milonga morir en los brazos de la marea y dormiremos después sobre la piedra del olvido, fría como el parte de la policía que nos busca desde aquel encuentro en los muelles del Sena. Y mientras ella -la mujer de bandera, la flor de la canela- se lleva este vals cosido entre su piel y su alma y sólo nos queda el lejano toc toc en la noche de sus tacones negros e imposibles, beberemos por Cohen y por todos los besos que nos robaron en los últimos veinte años.

Bonsoir, señor Lagarto. Somos feos, pero tenemos la música.



you fixed yourself, you said, "Well never mind, /
We are ugly but we have the music”

Leonard Cohen, Chelsea Hotel



Una canción para los muelles del Sena: Try, just a little bit harder, de Janis Joplin

Un libro para los muelles del Sena: Hasta que te encuentre, de John Irving

Una película para los muelles del Sena: Alrededor de la medianoche, de Bertrand Tavernier

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miércoles, septiembre 17, 2008

41 puertas abiertas


Mañana cumplo cuarenta y un años. No es una cifra redonda. Nadie habla de la crisis de los cuarenta y uno. No hay novelas sobre personas que cumplen cuarenta y un años. Ningún héroe del cine tiene cuarenta y un años.

Si introduces en Google la expresión “cuando cumplió cuarenta y un años”, sólo aparece una entrada. Se trata de un monje budista, de nombre Tzu- Hang, que cuando cumplió cuarenta y un años regresó a China después de haber predicado el Budismo en Hong Kong. Eso es todo. Si introduces la expresión “cuando cumplí cuarenta y un años” -esto es, en primera persona-, simplemente no aparece nada. Cero.

Creo que en la sociedad tecnológica de la hipercomunicación de la red, no encontrar ninguna referencia en Google a algo que te ocurre de una manera tan notoria es la máxima expresión del ostracismo.

Van Morrison editó No Guru No Method No Teacher cuando cumplió cuarenta y un años. Ante un músico tan controvertido como el irlandés, toda la crítica estuvo de acuerdo en que era uno de sus peores trabajos, sin un ápice de inspiración. No conozco a nadie que tenga ese disco en su casa.

Bob Dylan, a la edad de cuarenta y un años, estaba en medio de su época cristiana. Le dio fuerte, nadie es perfecto. Acababa de publicar uno de los discos más flojos de su prolija carrera, Shot of Love. Nadie habla de ese disco en ninguna parte.

Bruce Springsteen se encontraba en su momento creativamente más bajo cuando cumplió cuarenta y un años. No creo que la decisión que tomó aquel año de casarse con Patty Scialfa sea ajena a ese bajón creativo. Por aquel entonces, Bruce preparaba lo que a la postre sería el disco de menos éxito de crítica de su carrera; el doble Human Touch + Lucky Town. Springsteen nunca toca ninguna canción de ese disco en sus conciertos.

Espero que ese vacío, que parece que se alcanza en plenitud cuando se cumple cuarenta y un años, no alcance estos días a esta página también.

Pero quiero hacerme un regalo. Hoy quiero la canción.


Nos escapábamos de clase, sentíamos que teníamos que huir de aquellos idiotas.
Aprendimos más con una canción de tres minutos que con todo lo que hicimos en la escuela.
Esta noche puedo escuchar a alguien tocar la batería,
puedo sentir como mi corazón empieza a latir.
Y tú dices que estás cansada, que sólo quieres cerrar los ojos y dejar que los sueños te lleven.

Hicimos una promesa que juramos siempre recordar:
Nunca nos echaremos atrás, nunca nos rendiremos.
Como soldados en una noche de invierno con un objetivo que defender.
Nunca nos echaremos atrás, nunca nos rendiremos.

Ahora los rostros jóvenes crecen tristes y viejos, y se hielan los corazones de fuego.
Pero tú y yo juramos que seríamos hermanos de sangre contra el viento,
y yo hoy estoy preparado para volver a ser joven,
y volver a oír la voz de tu hermana llamándonos a casa desde el otro lado de la alameda.
Bueno, quizás pudiéramos aún encontrar nuestro lugar,
con esta batería y con estas guitarras.

Porque hicimos una promesa que juramos siempre recordar:
Nunca nos echaremos atrás, nunca nos rendiremos.
Como hermanos de sangre en una noche de tormenta con una promesa que mantener
Nunca nos echaremos atrás, nunca nos rendiremos

Ahora en la noche las luces de la calle apenas brillan,
y las paredes de mi habitación se me vienen encima.
Afuera aún hay una guerra enfurecida,
y tú dices que eso ya no es asunto nuestro.
Quiero dormir bajo un cielo de paz en la cama de mi amada,
con un vasto campo abierto frente a mis ojos
y estos sueños románticos en mi cabeza.

Nunca nos echaremos atrás, nunca nos rendiremos.






Felicidades, Lagarto. Qué coño!



Un libro para Tzu- Hang: El filo de la navaja, de W. Somerset Maugham

Una película para Tzu- Hang: Ran, de Akiro Kurosawa

Una canción para Tzu- Hang: While My Guitar Gently Weeps, de The Beatles

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jueves, septiembre 11, 2008

Toda la Luna


Bessie Smith fue una de las cantantes más determinantes en la historia del jazz. Nunca se supo con seguridad cuándo había nacido, pues a finales del siglo XIX no era común hacer partida de nacimiento de los negros que venían al mundo en el estado de Tennessee.

Su infancia transcurrió en una completa miseria económica. A los siete años ya se ganaba la vida cantando en las calles de Chattanooga. Diez años después, la fama de su voz y de su particular manera de interpretar el blues había traspasado las fronteras del estado de Tennessee y grababa para el sello Columbia en Nueva York.

Ciento sesenta canciones después y tras una vida llena de desórdenes tóxicos y sexuales, en la madrugada del 26 de septiembre de 1937, Bessie Smith tuvo un terrible accidente de coche en Mississippi y murió desangrada porque los hospitales más cercanos no admitían pacientes negros. Sus restos mortales fueron trasladados a Filadelfia en donde fueron sepultados en una tumba sin lápida. Hasta que, en 1970, Janis Joplin, sacó 500 dólares de su propio bolsillo y compró una losa en la que hizo poner el epitafio: “La más grande cantante de blues del mundo jamás dejará de cantar”.

Janis Joplin dijo una vez de Bessie Smith; “Me mostró el aire y me enseñó como llenarlo”. Creo que no hay cosa más importante que un músico puede decir de aquel otro músico al que admira.



Decía Aristóteles que la admiración es reconocer la propia ignorancia. Pero para poder reconocer algo, primero hay que preguntarse sobre aquello que creíamos saber.

De pronto, alguien nos sorprende. Nos nubla. Nos saca del Universo de lo esperado y se produce lo extraordinario, lo inalcanzable. Puede ser tu padre, o un profesor, o un escritor, o la persona de quien te has enamorado, o una vieja cantante de blues. Esa persona consigue que nuestra voluntad y nuestra atención crezcan hasta llevarnos a nuevos territorios antes apenas intuidos. La admiración es el principio de la sabiduría, en el sentido más amplio de la palabra.

La admiración estimula al ser humano para aprender, para luchar, para crecer, para animarse, para superarse. Sólo alguien que admira es capaz de volar, de ver toda la Luna al completo. Admiro a los que admiran.

Mike Scott (para mí, uno de los mejores poetas británicos de su generación) lo expresaba muy bien en esta maravillosa canción:


Dibujé un arco iris
Que tú tomaste entre tus manos
Yo tenía destellos
Pero tú veías todo el plan
Yo viajé por todo el mundo durante años
Mientras tú permanecías en tu habitación
Yo veía el cuarto creciente
Pero tú veías la Luna al completo


Estabas allí, en lo más alto
Con el viento en tus talones
Te estiraste y alcanzaste las estrellas
Y tú sabes cómo se siente
Llegar tan alto
Tan lejos
Tan pronto
Viste la Luna al completo


Yo estaba en tierra
Mientras tú llenabas el cielo
Yo estaba paralizado por las verdades
Mientras tú te abrías camino entre las mentiras
Yo veía charcos de lluvia en el valle
Tú veías Brigadoon
Yo veía el cuarto creciente
Pero tú veías la Luna al completo


Yo hablaba de alas
Tú simplemente volabas
Yo me preguntaba, intuía, probaba
Tú simplemente sabías
Yo suspiraba
Pero tú te desmayabas
Yo veía el cuarto creciente
Pero tú veías la Luna al completo


Con una antorcha en tu bolsillo
Y el viento en tus tacones
Subiste la escalera
Y sabes cómo se siente
Llegar tan alto
Tan lejos
Tan pronto
Viste la Luna al completo


Unicornios, balas de cañón
Palacios, embarcaderos
Trompetas, torres, edificios
Anchos océanos llenos de lágrimas
Banderas, harapos, barcos transbordadores
Espadas, bufandas
Cada atesorado sueño y cada visión
Bajo las estrellas

Subiste la escalera
Con el viento en tus velas
Viniste como un cometa
Con la cola llameante
Tan alto
Tan lejos
Tan pronto
Viste la Luna al completo

(The whole of the Moon, The Waterboys)




Una canción para los que buscan la Luna: Nobody knows you when you're down and out, de Bessie Smith

Un libro para los que buscan la Luna: Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

Una película para los que buscan la Luna: Balas sobre Broadway, de Woody Allen

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domingo, septiembre 07, 2008

Utilidades, valores y otras hierbas literarias



No sé si este post inaugura una nueva sección en el Laberinto que pudiera llamarse “Peticiones”, pero hace unos días Dama Shandy propuso que se comentara aquí acerca de un artículo que apareció en Babelia la semana pasada en el que afirmaba: "La lectura tiene una utilidad sensorial y una utilidad práctica, pero tal vez no tenga ninguna utilidad ética, que es la que tanto se pregona”

Las experiencias literarias simplemente se presentan y es el lector el que decide libremente tomarlas o no tomarlas. La información es la misma, pero cada uno la toma como puede y quiere. Yo puedo conocer el bien, pero eso no implica que tenga que hacerlo.

Creo que la cultura no edifica necesariamente a las personas. Simplemente nos proporciona nuevas experiencias. Leer nos puede llevar a vivir la vida de Tom Joad en la América profunda de principios del sXX. O la angustia de Raskolnikov tratando de justificar por qué asesinó a aquella anciana rusa. O las consecuencias de la infidelidad de Emma Bovary en la Francia del sXIX. O la ambición ambigua de Julian Sorel en la época en la que la Europa que vivimos se inventó. Conocemos lo que les pasa, lo que sienten ante lo que les pasa, las decisiones que toman ante lo que les pasa y las consecuencias de sus actos. Y al final, descubrimos que nuestros miedos y deseos no son tan diferentes de los que atenazaban a Tom Joad, Raskolnikov, madame Bovary o Julian Sorel.

Comprender las vidas de otros nos ayuda a interpretar un poco mejor nuestra propia vida. A conocernos un poco mejor a nosotros mismos. Esto nos permite ser un poco más libres, ya que con estas nuevas experiencias (que no hemos tenido y que sólo hemos podido conocer a través de lo que hemos leído) aumenta el espectro de posibilidades de decisión que podemos tomar ante cualquier nueva encrucijada de la vida. Entonces la literatura sí tiene una aportación al campo de la ética. No nos hace más buenos, pero sí nos proporciona más información para tomar nuestras decisiones.

Creo que este conocimiento no tiene por qué ser útil en sí mismo. Puedo usarlo o no usarlo. Incluso, puedo usarlo interpretándolo a mi particular manera. Sólo es información. Pero no podemos negar que tiene un valor. Y es que hay que distinguir entre utilidad y valor. En este sentido, la ética puede tener más valor que utilidad.

Bret Easton Ellis nos presenta a Patrick Bateman en American Pycho . Se trata de un alto ejecutivo de Wall Street, joven, millonario, preparado en las mejores universidades. Moderno, elegante y de gustos elitistas y refinados. Sólo tiene un pequeño defecto: le gusta descuartizar mujeres y vagabundos. Este pequeño defecto, no le impide a Patrick Bateman ser un modelo social en el mundo en que vivimos. Cualquier banco de inversión le contrataría y le pondría un despacho enorme.


“El vagabundo, un negro, está tumbado a la puerta de una tienda de antigüedades abandonada de la calle Doce (…) Un cartel escrito a mano sujeto a la parte delantera del carrito dice:” ESTOY HAMBRIENTO Y NO TENGO CASA POR FAVOR AYÚDENME” (…) La pestilencia de algo así como alcohol barato mezclado con excrementos se alza como una nube pesada, invisible, y tengo que contener la respiración antes de acostumbrarme a ella. El vagabundo se despierta, abre los ojos, bosteza, y enseña unos dientes muy sucios entre unos labios púrpura agrietados.

(…)

- Hola - digo, tendiéndole la mano-. Pat Bateman.

El vagabundo me mira, jadeando debido al esfuerzo que tiene que hacer para sentarse. No me estrecha la mano.

- ¿Necesita dinero? - le pregunto amablemente -. ¿Y algo de comer?

El vagabundo asiente con la cabeza y se echa a llorar, agradecido.

Busco en el bolsillo y saco un billete de diez dólares, luego cambio de idea y sujeto uno de cinco.

- Es lo que necesita, ¿verdad?

El vagabundo vuelve a asentir con la cabeza y aparta la vista, y después de aclararse la voz, dice tranquilamente:

- Tengo mucha hambre.

- Además hace frío - digo yo -. ¿No es así?

- Tengo mucha hambre.- Tose una vez, dos, tres, luego aparta la vista, avergonzado.

- ¿Por qué no trabaja? - le pregunto, con el billete en la mano, pero lejos del alcance del vagabundo -. Si tiene mucha hambre, ¿por qué no trabaja?

Respira, tiembla y entre sollozos admite:

- Me quedé sin trabajo… Me echaron. Me pusieron en la calle.

Lo acepto, asintiendo con la cabeza.

- Vaya por Dios, eso está muy mal.

(…)

- Tengo hambre - susurra.

- Ya lo sé, ya lo sé - digo -. Vaya, parece usted un disco rayado. Estoy tratando de ayudarle… - Mi impaciencia aumenta.

- Tengo hambre - repite.

- Oiga. ¿Cree usted que está bien pedirle dinero a la gente que trabaja? ¿A quien tiene trabajo?

Se le contrae la cara y dice entrecortadamente, con una voz ronca:

- ¿Qué puedo hacer?

(…)

- Tiene que conseguir un trabajo, Al - le digo seriamente -. Tiene usted una actitud muy negativa. Eso es lo que le impide conseguirlo. Debe mostrarse decidido. Yo le ayudaré.

- Es usted tan amable, señor. Es usted tan amable. Es usted un hombre muy amable - balbucea -. Se lo aseguro.

(…)

- ¿Se da usted cuenta de lo mal que huele? - susurro, dándole un golpecito en la cara -. Apesta. Dios mío…

- No consigo… - Se ahoga, traga saliva -. No consigo encontrar sitio donde vivir.

- Apesta - le repitió -. Apesta usted a…mierda. ¿Sabe una cosa? Maldita sea, Al…, míreme y deje de llorar como un marica - grito. Mi enfado aumenta, luego se aplaca y cierro los ojos, llevándome la mano a la nariz para tapármela, luego suspiro -. Al…, lo siento. Lo que pasa es que…, no sé. No tengo nada en común con usted.

El vagabundo no escucha. Llora con tal fuerza que es incapaz de responder de modo coherente. Vuelvo a guardarme lentamente el billete en el bolsillo de mi chaqueta Luciano Soprani. El vagabundo deja de sollozar bruscamente y se sienta, buscando con la vista el billete de cinco dólares o, supongo, su botella de Thunderbird. Adelanto una mano y le vuelvo a tocar la cara suavemente, con compasión y susurro:

- ¿Sabes que eres un jodido perdedor?

Él empieza a asentir, desesperado, y yo saco un largo y delgado cuchillo con hoja de sierra y, con mucho cuidado para no matarle, le hundo aproximadamente un centímetro de la hoja en el ojo derecho, empujando con el mango y sacándole la retina.

El vagabundo está demasiado sorprendido para decir nada. Se limita a abrir la boca, aturdido, y se lleva lentamente una mano sucia y con unos guantes sin dedos a la cara. Le bajo los pantalones de un tirón y, a la luz de los faros de un taxi que pasa, distingo sus blandos y negros muslos, con un sarpullido asqueroso debido a que se mea constantemente con los pantalones puestos. El hedor a mierda me llega inmediatamente a la cara y, respirando por la boca, me agacho y le apuñalo en el estómago, sin hundir demasiado el cuchillo, por encima de la densa mata de vello púbico. Esto parece que le deja un tanto sobrio, e instintivamente trata de protegerse con las manos, mientras el perro se pone a aullar, de un modo furioso de verdad, pero no me ataca. Sigo dándole puñaladas al vagabundo, ahora entre los dedos, en el dorso de las manos. El ojo le cuelga de la cuenca y le oscila por delante de la cara, y él sigue parpadeando, lo que hace que lo que le queda dentro de la herida suelte una especia de yema de huevo roja. Le agarro por la cabeza con una mano, se la echo hacia atrás y con el pulgar y el índice le sujeto el otro ojo, se lo mantengo abierto y meto la punta del cuchillo en la cuenca, rompiendo primero la membrana protectora, de modo que la cuenca se le llena de sangre. Luego le corto el globo ocular… y él empieza a gritar cuando le corto la nariz en dos, lo que hace que la sangre me salpique un poco. Deslizo rápidamente la hoja por la cara del mendigo, abriéndole el músculo por encima de la mejilla. Todavía arrodillado, le tiro una moneda de veinticinco centavos a la cara que brilla debido a la sangre y tiene las dos cuencas vaciadas y llenas de coágulos de sangre, y lo que queda de sus ojos balanceándosele literalmente por encima de sus labios que gritan. Le susurro tranquilamente:

- Ahí tienes venticinco centavos. Cómprate un chicle, jodido negro asqueroso.”



Quizás, a veces, también hay lecturas que no tienen una utilidad sensorial ni una utilidad práctica (a no ser que se quiera aprender a descuartizar señoras), pero tal vez sí tenga un valor ético, ése que tan poco se pregona.



Un libro para Patrick Bateman: El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger

Una canción para Patrick Bateman: Sympathy for the devil, de Rolling Stones

Una película para Patrick Bateman: La naranja mecánica, de Stanley Kubrick

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