domingo, agosto 31, 2008

Nihilismo tecnológico


El televisor cumple un papel muy relevante en la mitología del rock and roll. Me refiero al aparato en sí, no al fenómeno de comunicación de masas.

Pink (Bob Geldof), protagonista de la versión cinematográfica de The Wall, vive aislado en sí mismo. Sólo ve televisión. El giro dramático que toma el personaje se produce, precisamente, cuando éste se levanta, por fin, del sofá y arroja con estrépito el aparato por la ventana.

Pero el lanzamiento de televisor al vacío no es un deporte inventado por Pink Floyd. Led Zepelin son, sin duda, quienes más televisores lanzaron al vacío de toda la historia del rock. Para Robert Plant, el cantante de la banda, era una sana costumbre arrojar el televisor por la ventana de la habitación de hotel en que se alojaba durante las giras de la banda. Se trataba de todo un ritual previo a cada concierto. Si Led Zeppelin era la banda más salvaje de su época, no lo era sólo por lo que ocurría encima del escenario. Y estoy seguro de que el lanzamiento del televisor de la habitación del hotel al vacío formaba parte de esa generación de energía que de manera tan brutal ofrecía la banda en sus históricos conciertos.

Hace poco leí que en un concierto en Nantes, en 1973, como era habitual, Robert Plant había arrojado el televisor de su habitación desde la décima planta del hotel. Y, como también era habitual, su manager Peter Grant había bajado a la recepción para pagar religiosamente el aparato destrozado por la banda. El recepcionista francés le hizo la factura y, mientras se la daba, confesó a Grant que siempre había soñado con poder hacer algo así de salvaje alguna vez en su vida. Entonces Peter Grant subió con él a una de las habitaciones de la banda y le “invitó” a lanzar otro televisor, el cual también pagó religiosamente.

De alguna manera, la televisión es la ventana al mundo. Puedes elegir, entre tirar el mundo por la ventana, o sentarte a verlo en un sillón. No creo que el acto de destrozarlo simbolizara para estos rockeros un ataque a la televisión como medio de comunicación de masas, sino más bien un ritual de nihilismo tecnológico.

Como decía antes, el lanzamiento de televisor al vacío no era una particularidad de Led Zeppelin. Llegó a ser una especie de moda entre los músicos de la época, como Guns n’ Roses, The Who... El último experto lanzador, entre los más famosos, es Liam Gallagher, cantante de Oasis.

Keith Richards inmortalizó dicho deporte en un documental que rodaron los Rolling Stones acerca de su gira de presentación de su mejor disco de todos los tiempos: Exile on Main Street. Aquí está el símbolo por excelencia del Rock and roll lanzando el televisor por la venta de su habitación del hotel Hyatt de Los Ángeles en 1972.





No sé, teniendo en cuenta que muy pronto quedarán obsoletos los televisores analógicos y que el deporte -dicen- es algo sano, me parecía interesante la cosa :)


Acabo de recordar que hay otro lanzamiento importante que me gustaría colgar aquí. esta vez no es un lanzamiento de un televisor por parte de un músico, sino un lanzamiento de un intrumento musical que sale en televisión. Espero que os guste.





Un libro para lanzadores de televisores: Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo

Una película para lanzadores de televisores: Cocksucker blues, de Robert Frank

Una canción para lanzadores de televisores: My generation, de The Who

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lunes, agosto 25, 2008

La bolsa y la vida

Como esto que voy a contar es muy aburrido y a lo mejor no interesa a nadie ni va a mover la conciencia de nadie, he decidido amenizarlo con una foto de una mujer desnuda, emulando así a Penthouse, Playboy y esas otras revistas de artículos de fondo tan, tan interesantes para sus lectores. Allá va.



Una compañía cotizada en bolsa es una enorme máquina de fabricar dinero. El precio de sus acciones refleja –al menos desde un punto de vista teórico- cuántos billetes podrá crear en el futuro esa compañía según las estimaciones de los economistas de los bancos de inversión, que son los que saben de números, de cuentas y de modelos financieros.

Un ejemplo, para no perdernos: imaginemos que la imaginada empresa AirGus Co. de la que hablaba Cacho de Pan en uno de sus últimos posts, tiene su capital dividido en 1.000.000 de acciones que valen 50 euros cada una en la Bolsa. Esto quiere decir que AirGus vale 50 millones de euros, que si alguien quiere comprar esa empresa (lanzar una OPA) tendrá que poner encima de la mesa al menos 50 millones de euros. Y estos 50 millones de euros es el número de euros, limpios de costes e impuestos, que esos economistas con teléfono y tirantes piensan que AirGus puede generar desde hoy hasta la eternidad, descontado por una tasa de interés determinada.

¿Qué hace entonces que la acción de AirGus, un día cualquiera, pase a costar 51 euros o 49 euros? ¿Qué hace que suban o bajen las cotizaciones de las acciones? Pues, lógicamente, que suceda algo en el entorno de esa empresa que haga pensar a los economistas que “la máquina” va a generar más o menos euros netos en el futuro.

Así, todos podemos entender que una constructora suba en bolsa cuando obtiene un contrato importante nuevo con el que no se contaba antes: la máquina va a generar más dinero del que se esperaba. O que una farmacéutica caiga en bolsa cuando pierde una patente: la máquina va a generar menos dinero del que se esperaba. Evidentemente, las subidas o bajadas en Bolsa serán mayores cuanto más importantes sean estas noticias para el devenir de las compañías.

Vaya rollo. Quien haya podido llegar hasta aquí tiene premio; una cervecita a mi costa. Que me mande la factura. Prometo contar un chiste más abajo, para motivar la lectura.

Bien, todo esto quiere decir que las variaciones en las cotizaciones en Bolsa de las compañías nos muestran qué es importante y qué no es importante para ellas.


Esto que aparece arriba es el gráfico de variaciones en lo que va de año de las cotizaciones bursátiles de SAS, la compañía aérea propietaria de Spanair. Se ve un mapa de dientes de sierra que muestran los efectos que esas noticias, día a día, han ido teniendo en las subidas y bajadas del precio de su acción. He puesto un circulito azul que marca las noticias más importantes de este año: la brutal subida del petróleo de finales de junio y la caída de uno de sus aviones por causas aun desconocidas y con la consecuencia de más de ciento cincuenta muertos.

El momento en el que han estado más bajas estas acciones ha sido con la escalada brutal del precio del petróleo durante el mes de julio. Tiene sentido que bajen tanto las acciones en ese momento, ya que el combustible es una de sus partidas de coste más gravosas y, por tanto, uno de los factores que hacen prever que la máquina de hacer dinero fabrique en el futuro, con esos mayores costes, menos euros netos.

Si nos centramos ahora en un periodo de tiempo menor, sólo los tres últimos meses, vemos que el efecto que ha tenido el accidente ha sido muy inferior al que ha tenido ese último repunte del precio de la gasolina.


Esto muestra de una manera notoria, fotográfica, clara, sin interpretaciones posibles, que vivimos en un Sistema político-económico en el que asumimos que la vida de todos los pasajeros de un avión es menos importante que una subida porcentual del coste de su carburante.

La máquina de hacer dinero de una compañía aérea no se ve apenas afectada por provocar (accidentalmente o negligentemente, no podemos entrar en eso todavía, no lo sabemos) la muerte de sus pasajeros. Los dividendos de sus accionistas apenas lo notarán. Un accidente de este tipo no es una desgracia para la historia de una compañía aérea, ni condiciona nada su futuro, ni su manera de conseguir beneficios. No significa ningún trastorno ni exige ningún cambio de planes.

En un imposible caso en el que los gestores de una compañía aérea tuvieran que elegir entre ofrecer más seguridad a sus clientes o reducir el gasto en combustible, elegirían el menor gasto en combustible, sn duda. Porque el objetivo primero de una compañía aérea no es llevar pasajeros a su destino, sino generar beneficios para sus accionistas. Y sus accionistas lo saben y duermen muy, muy tranquilos estos días. Y este buen dormir lo refleja la evolución del precio de sus acciones.


Si alguien entiende que esto es un ataque sólo al sistema capitalista, que sepa que SAS es una compañía pública dependiente de los gobiernos nórdicos. El Sistema está podrido por todas partes. El enemigo somos nosotros.





Una película para los accionistas de SAS: La caída de los dioses, de Luchino Visconti

Un libro para los accionistas de SAS: El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse

Una canción para los accionistas de SAS: Money, de Pink Floyd

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miércoles, agosto 20, 2008

Calígula, el barquero y otras cosas de meter

Anoche volví a ver Caligula. La película es muy mediocre: en cuanto muere el fascinante Peter O’Toole, ya no queda nada de interés que ver, aparte de genitales. Muchos genitales. Y qué genitales algunos, señores.

Calígula nació como un proyecto de Franco Rossellini que aceptó producirla el dueño de la revista porno Penthouse, Bob Guccione. Se trataba de una verdadera superproducción, con 17 millones de dólares de presupuesto (muchísimo dinero para aquella época), guión de Gore Vidal, música de Kachaturian, con Malcolm McDowell, Peter O´Toole, Sir John Gielgud, Helen Mirren y Maria Schneider. Esto es, lo más in de la Europa cinematográfica de los setenta.

Pero todo fueron problemas. Rossellini se deshizo de su propio proyecto y pasó a dirigirla Tinto Brass. Gore Vidal quería mantener intacto su guión, pero Brass y McDowell introducían cambios continuamente hasta el punto de que Vidal decidió retirar su nombre de los carteles publicitarios de la película. Maria Schneider se negó a rodar la escena de la orgía con penetraciones explícitas y se retiró del proyecto. Y el productor, Guccione, decidió rodar aparte escenas puramente pornográficas que metió a pelo en el montaje final de la película sin conocimiento de Brass. El resultado final es un desastre de película del que renegaron todos los que participaron en ella, que nunca supieron el grado de pornografía explícita que estaban realizando.

Hoy en día la industria del porno ha prescindido de intentos como éste de Brass/Vidal/ Guccione. Intentar contar un argumento serio en formato porno es imposible. El espectador se excita o, peor aún, se distrae con las lecciones de anatomía y depilado. El argumento en el porno es una pérdida de tiempo.

Salvo para (¡todos en pie!) Roberto Bolaño, que en su cuento corto “Prefiguración de Lalo Cura”, narra las inquietudes artístico/intelectuales de un realizador de cine porno, Helmut Brittrich, y su actor fetiche, Pajarito Gómez. Este es el argumento de su película “Barquero”:

“Por las ruinas uno podría creer que se trata de la vida en Latinoamérica después de la Tercera Guerra Mundial. Unas chicas recorren basureros y caminos despoblados. Luego se ve un río de cauce ancho y aguas tranquilas. El Pajarito Gómez y otros dos tipos juegan a las cartas iluminados por una vela, las chicas llegan a una fonda en donde los hombres van armados. Sucesivamente hacen el amor con todos. Desde los matorrales contemplan el río y unas maderas atadas torpemente. El Pajarito Gómez es el barquero, al menos lo llaman de esa manera, pero no se mueve de la mesa. Sus cartas son las mejores. Los maleantes comentan acerca de lo bien que juega. Qué bien juega el barquero. Poco a poco comienzan a escasear los víveres. El cocinero y el pinche de cocina martirizan a Doris (una de las chicas), la penetran con los mangos de enormes cuchillos de carnicero. El hambre se enseñorea de la fonda: algunos no se levantan de la cama, otros deambulan por los matorrales buscando comida. Mientras los hombres van cayendo enfermos las chicas escriben como posesas en sus diarios. Pictogramas desesperados. Se superponen las imágenes del río y las imágenes de una orgía que nunca termina. El final es previsible. Los hombres disfrazan a las mujeres de gallinas y después de pasarlas por el aro se las comen en medio de un banquete nimbado de plumas. Se ven los huesos de las chicas en el patio de la fonda. El Pajarito Gómez juega otra mano de póquer. Tiene la suerte apretada como un guante. La cámara se coloca detrás de él y el espectador puede ver que cartas lleva. Los naipes están en blanco. Sobre los cadáveres de todos ellos aparecen los títulos de crédito.”

(Roberto Bolaño, Prefiguración de Lalo Cura)


Una estupenda película, sin duda. Habría que hablar con los herederos de Bolaño para producirla. Y es que Bolaño tiene clase. Hasta proponiendo guiones porno.




Un libro para el Pajarito Gómez: Fantasmas, de Chuck Palahniuk

Una canción para el Pajarito Gómez: Pornography, de The Cure

Una película para el Pajarito Gómez: El ángel exterminador, de Luis Buñuel

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jueves, agosto 14, 2008

Leonard Zelig en el aeropuerto


Quizás esto pueda sonar exagerado, pero creo que Allen S. Konigsberg (Woody Allen) es una de las pocas personas de las que soy contemporáneo que pueden ser consideradas abiertamente como un genio.

Zelig es una de las mejores películas de Woody Allen, según el propio autor. Es divertida, conmovedora, sorprendente, inteligente. Utiliza una técnica de documental de los años 20 -rodado con cámaras de época- e introduce a sus personaje en acción con grabaciones reales de Scott Fitzgerald, Adolf Hitler o Josephine Baker. Allen, incluso, dañó los fotogramas que rodaba para dar más veracidad a la imagen.

La película trata la vida y terapia de Leonard Zelig (Woody Allen), un hombre que tiene la insólita capacidad de cambiar su apariencia adaptándose al medio en el que se desenvuelve. Como el lagarto, dotado con un sistema de protección que le permite cambiar de color para mimetizarse con el entorno, Zelig también se protege convirtiéndose en quien le rodea. Así, se volverá gordo cuando se encuentre entre gordos, negro entre negros, nazi en la Alemania de Hitler, o rabino judío en las sinagogas. Su crisis de identidad conmociona a todos los psiquiatras de Nueva York, entre los que destaca la psicoanalista Eudora Fletcher (Mia Farrow). Evidentemente, cuando le intentan tratar los psiquiatras, la tarea resulta imposible: enseguida se convierte en uno de ellos.

En una de las secuencias de la película, la doctora Fletcher hipnotiza a Zelig con el fin de indagar más en su psique:


FLETCHER- Dígame, ¿por qué adopta la personalidad de quien tiene delante?

ZELIG- Me da seguridad.

FLETCHER- ¿ A qué se refiere? ¿ qué quiere decir con “seguridad”?

ZELIG- Seguridad... ser como los demás me da seguridad.

FLETCHER- ¿ Quiere sentirse seguro? ¿por eso lo hace?

ZELIG- Quiero caer bien a la gente.




¿No reconocéis en Zelig al hombre del nuevo milenio? ¿Hasta qué punto, a veces, no renunciamos a nosotros mismos para sentirnos aceptados en el entorno que nos rodea? En la sociedad televisada que vivimos, cada vez queda menos sitio para lo diferente.

Todo esto viene a que he intentado comprar un libro en la librería del aeropuerto del Madrid. Imposible: sólo se ofrecen patéticos libros de autoayuda o de novela histórica con tintes esotéricos. Cojones, ya.




Un libro para Leonard Zelig: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Una canción para Leonard Zelig: What’s wrong with this picture, de Van Morrison

Una película para Leonard Zelig: Forrest Gump, de Robert Zemeckis

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sábado, agosto 09, 2008

¿Son tontas las niñas?


Hace tiempo leí un chiste en un artículo de El País:

Un señor con una esposa muy habladora lee en el periódico un estudio científico que asegura que las mujeres usan cada día unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan 7.000; el hombre enseña la noticia, feliz de poder demostrar que ella es un loro. “¿Lo ves?”.“¿Y no será porque tenemos que repetir mucho lo que decimos?”, dice ella. “¿Cómo?”, responde él.



También creí que se trataba de un chiste sexista cuando leí en el mismo periódico que en España existen competiciones distintas de ajedrez para mujeres . Que existe un “Ajedrez Femenino”.

Así como se admite que en halterofilia las mujeres no parten de las mismas condiciones hormonales y, por tanto, necesitan competir en una “liga” diferente, parece que nuestros políticos piensan que para jugar al ajedrez la mujer tiene un handicap consustancial imposible para poder competir con los hombres.

¿Pensarán las federaciones de ajedrez que, para mover un alfil, se necesita una masa muscular tremenda? ¿quizás lo hacen por una cuestión de pudor, por si tienen que usar el mismo wc ambos contrincantes? ¿es que las tetas influyen en la posible ocultación de parte del tablero? ¿o no será, quizás, que piensan que el cerebro de una mujer no puede procesar igual que el un hombre?

Creo que quien organiza campeonatos de ajedrez sólo para chicas está insultando el cerebro de todas las mujeres. Una mujer, sólo por el hecho de serlo, no tiene ninguna limitación para ganar a un hombre. Como tampoco la tiene un zurdo sobre un diestro, y todo el mundo entendería que realizar competiciones separadas para diestros y zurdos sería ridículo.

En España, estas federaciones, que explotan y comercializan la inferioridad intelectual de la mujer, dependen del Centro Superior de Deportes, que a su vez depende del Ministerio de –¡agárrense!- Educación, Política Social y Deportes. Esto significa que, en nombre de la Educación, de la política Social y del Deporte (¡pero qué coño tendrá que ver el deporte con el ajedrez!), se impulsa la idea de que el cerebro de una mujer no puede competir con el del hombre en las mismas circunstancias.

Los hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades intelectuales, como media. Las diferencias hormonales entre sexos no pueden influir en las capacidades intelectuales de los individuos más que las diferencias de pigmentación de piel, o de color de pelo, o de si se es zurdo o no.

Y mucho menos sentido tiene que un mismo organismo político piense que una mujer no puede competir con un hombre para jugar al ajedrez, pero sí puede ser ministra ¡¡por cuotas!!. Sería más coherente con el ajedrez que hicieran dos Gobiernos paralelos (Gobierno Masculino y Gobierno Femenino), cada uno con un patrocinador diferente, por supuesto.



Un libro para las ajedrecistas: La torre herida por el rayo, de Fernando Arrabal

Una película para las ajedrecistas: En busca de Bobby Fischer, de Steven Zaillian

Una canción para las ajedrecistas: Castles made of sand, de Jimmi Hendrix

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lunes, agosto 04, 2008

El profesor en el examen


Las paredes verdes tienen una sombra de suciedad a un metro del suelo, de años de roces de manos y chaquetas. Paseo entre los pupitres. Los niños me miran de reojo y esperan. Algunos tiemblan. Todos tienen miedo. Me respetan.

Mi voz resuena poderosa, rebota contra las paredes del aula, todo el grupo como un pequeño animal parece encogerse al recibir la vibración.

— Despejen las mesas. — Ordeno.

En movimientos breves y silenciosos, tímidos, desaparecen de la superficie de los pupitres los cuadernos y los libros. Las mesas están despejadas. Los ojos fijos en mí, el temido profesor de física de Primero de Bachillerato, a quien apodan Lagarto.

Espero un segundo. Son míos. Los observo. A este edad, quince años, unos parecen hombres y otros aún niños, unas parecen putas y otras, monjas. Pero todos temen al Lagarto.

Distribuyo entre los primeros de cada fila los pliegos de papel para el examen. Cuando todos tienen sus papeles en blanco, tomo de mi maletín las copias con las preguntas, y muy despacio, voy dejando una, boca abajo, sobre cada mesa. El silencio podría atravesarse con los dedos. Sólo mis zapatos y el susurro de las hojas.

— Den la vuelta al examen. — Me obedecen como un solo cuerpo obedecería a su único cerebro. Es una sensación deliciosa —Escriban su nombre en la parte superior derecha del cuestionario, y también en la hoja de respuestas. Pueden empezar.

Todas las cabezas se inclinan hacia los papeles. Orejas coloradas, flequillos húmedos, leves jadeos de nerviosismo. Algunos se rascan la coronilla, otros se muerden las uñas, otros escriben compulsivamente.

Observo un movimiento extraño al fondo del aula. Una cabeza que se mueve arriba y abajo, que intenta esconderse de mi mirada detrás de otras cabezas. Es Ramón Salgado, un chico tímido y extraño. Me pongo en tensión y concentro en esa cabeza anómala mi atención.

Después de un par de minutos de vigilancia discreta, puedo estar seguro: Salgado oculta algo debajo de su mano: está copiando. En mi interior, una oleada caliente de indignación y triunfo. Coger a un delincuente en flagrante delito y aplicarle el más severo de los castigos, a saber, la pública humillación, es el mejor modo de afianzar el poder. Mi poder.

Siento un placer anticipado imaginando la escena que se avecina mientras, fingiendo observar los exámenes del resto de los alumnos, me acerco lentamente al fondo de la clase.

El chaval está tan concentrado en la chuleta que esconde que no me ve llegar. Cuando mi sombra oscurece su examen, toma conciencia de lo que está a punto de sucederle. Levanta la cabeza en un respingo, sus ojos se agrandan de terror. Mi satisfacción es inmensa, un escalofrío de placer me recorre la espina dorsal hasta la nuca. Ramón Salgado palidece y enrojece alternativamente, su respiración se acelera y una fina película de sudor cubre su frente.

Recuerdo un profesor de mi infancia, siempre con un barrote de silla en la mano. Santa Catalina, lo llamaba. Aquel palo era el símbolo de su poder. Nos aterrorizaba. Yo no lo necesito. Me basta mi mirada. Me basta mi voz.

— Enséñeme lo que tiene en la mano, Salgado. — Ordeno.

El niño, ya definitivamente pálido, me mira muy quieto.

— Preferiría no hacerlo. — Responde.

— Voy a fingir que no he oído eso. — El tono de mi voz multiplica la severidad. Le miro más fijamente aún. — Abra esa mano inmediatamente.

El puño de Ramón se aprieta más. Sus nudillos están blancos. Le tiembla el pulso. Es un desafío. Yo empiezo a temblar también, de ira.

— ¡Me va a enseñar ahora lo que tiene en la mano! — Grito fuera de mí.

Él se limita a negar con la cabeza. Yo ya no puedo pensar. Sencillamente, cuando yo hablo, ellos tienen que obedecer, no hay opciones ni alternativas, no hay caminos de regreso. Agarro con fuerza la muñeca del rebelde, que forcejea. Aprieto hasta hacerle daño, gime, le abro la mano incrustando mis dedos entre los suyos. Saco el papel que esconde.

— ¡Ajá! — Mi grito es de triunfo. Su expresión acalorada, de vergüenza y humillación, no es exactamente la que yo buscaba, pero me basta.

Mientras recupero el control y mi corazón se calma, estiro despacio el papel arrugado y húmedo. El niño se ha quedado allí sentado, la cabeza gacha, lucha contra las ganas de llorar. Sonrío y empiezo a leer en voz alta, como prueba irrefutable de su delito ante todos sus compañeros.

Mi sonrisa de satisfacción se me va congelando en la cara a medida que leo.“Feliz San Valentín, Fernando. Te quiero. Ramón”




Una canción para Salgado: Another brick in the wall, de Pink Floyd

Una película para Salgado: Philadelphia, de Jonathan Demme

Un libro para Salgado: El gran Meaulnes, de Alain-Fournier

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